Peccata minuta
Carmela
Si se sienten perdidos, como yo, vayan a ver y a acariciar la escultura de Plensa. Cura más que un libro de autoayuda y es gratis, como la elegancia
¡Basta! Ya hemos desperdiciado demasiadas vidas lamiendo anzuelos envenenados de estricta actualidad: Inda, Sánchez, Villarejo, Puigdemont, Iglesias, Trump, Montoro, Rufián, Messi, Cristiano… y la suma da cero. Sabemos, por vistos y oídos, que ninguno de ellos –narcisos desdibujados en el lago o en la ciénaga– quiere saber nada de nosotros; de una misma cantinela no pueden brotar palabras nuevas (unilateral, urna, imputado, fichaje, transparencia, democracia…). De tanto repetirlas pueden llegar a creérselas.
Decididamente, si me dan a escoger entre los rostros de la tele y los bisontes de Altamira (o las caras de Bélmez), me quedo con los segundos: al menos no se mueven. Y si machadianamente tuviese que optar por una voz entre las voces, lo haría por el silencio de Harpo y su estúpida bocina (¡moc!). Mucho de lo que nos llega por los medios de comunicación o reflexión (¡ón,ón!) da asco, irrita, apesta y no invita al debate ni al mañana. No es aquello de que todos sean iguales (la inteligencia está muy bien repartida; todos tenemos poquísima); lo que ocurre desde casi siempre y cada día más es que todo es esencialmente mecánico: la apasionada carrera contrarreloj del hámster contra su rueda y el reloj encallado de su íntima amiga marmota. Nos roban y nos gusta que nos roben el tiempo.
VERDAD Y BELLEZA
De los laberintos se escapa por arriba. Contra las malas noticias y malos modos en la prensa, radio, televisión, redes… hay libros, cuadros, música, películas, obras de teatro que, pese a no ser de autoayuda ni de proximidad (kilómetro cero) ni figurar en las listas de los más vendidos ni ser novedad, no acaban de estar mal. Novedad no es sinónimo de contemporaneidad. Hay un tal Shakespeare, por ejemplo, que a principios del XVII ya sabía de memoria todo lo que nos está ocurriendo. Solo podemos refugiarnos en la verdad y en la belleza, sea esta un fugaz instante de luz robado de los talleres de Dios o una recreación humana.
Tal vez parte de mis males obedezcan a que vivo en la más turística de las Barcelonas, rodeado de tiendas de pelo, uñas y trapos, de tapas y jamón ibérico (¿de dónde sacan tanto puerco cinco estrellas?), con simpáticas chicas y chicos que reparten pasquines para acabar de una vez con el turisteo de un ataque de paella tóxica. Pero no todo está perdido: a cuatro pasos de mi casa, junto al Palau de la Música, está ella. Se llama Carmela, es negra, esbelta como una vela de mar o de iglesia y le sientan bien todas las luces del día, la tarde, noche y madrugada. Es obra del escultor Jaume Plensa. Si se sienten perdidos, como yo, vayan a verla, a acompañarla, a acariciarla. Cura más que cualquier libro de autoayuda y encima es gratis, como la elegancia.
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