Los desafíos de la nueva política
Sociedad abierta, sociedad cerrada
Al sentido de pertenencia y de protección debemos sumar la voluntad de acogida de los distintos a nosotros
Joan Subirats
Teniente de alcaldía de Cultura, Educación, Ciencia y Comunidad del Ayuntamiento de Barcelona.
JOAN SUBIRATS
¿Han cambiado los ejes del conflicto político en este inicio del siglo XXI? ¿Sigue siendo válido marcar las diferencias políticas básicamente en el binomio derecha-izquierda? En Catalunya sabemos que necesitamos más ejes de análisis si queremos entender lo que ocurre políticamente. Y así hemos ido utilizando catalanismo, nacionalismo o ahora también independentismo o unionismo para diferenciar mensajes y propuestas. Más recientemente se habla del eje élite-pueblo o del 1% versus 99% como un nuevo parámetro desde el que marcar contenidos o generar identificaciones. Y de alguna manera, tanto en Macron como en Cinque Stelle, tanto en Trump como en Le Pen, vemos expresiones de rechazo al 'establishment', aunque sospechemos que hay más de retórica y táctica electoral que de contenido en muchas de esas actitudes.
Los sistemas políticos representativos que gestionan las políticas neoliberales y tratan de ordenar o facilitar el flujo de capitales de los fondos de inversión, habían ido consiguiendo enfriar la pulsión democrática y transformadora de la gente, acercándose a lo que se llegó a calificar 'democracias sin pueblo'. Pero las emociones vuelven cuando crecen los miedos.
PRECARIO PRESENTE E INCIERTO FUTURO
No basta con calificarse de izquierdas para lograr vehicular la necesidad de protección que gran parte de la ciudadanía siente ante las incertezas del futuro y la precariedad del presente. Sobre todo cuando falta el sustrato material y de posición de clase que en el sistema industrial facilitaba la aglutinación. Y cuando, además, los que siempre se han autocalificado como de izquierdas han estado muchas veces contribuyendo al desarme de seguridad y de fragilización del bienestar tan fatigosamente construidas en medio de las grandes sacudidas del siglo XX.
No basta con creer estar en posesión de la verdad, de la racionalidad y de las causas (evidentemente) justas. Has de ser capaz de construir las alianzas sociales necesarias para hacerlo posible. Proclamarse de izquierdas es poner en primer lugar la igualdad. Pero, en el otro lado no hay solo defensores de la desigualdad. Hay quienes entienden como natural un cierto nivel de desigualdad, pero también los hay que no confunden igualdad con estatalismo. Y cada vez es menos operativa la oposición igualdad-libertad, con la que se funcionó con más o menos comodidad a lo largo del siglo XX. Se puede defender la protección de la gente, la necesidad de redistribuir y garantizar el sustento, sin que por ello uno deba estar a favor de la lógica patriarcal y jerárquica que ha dominado muchas de las formas de intervención estatal y burocrática.
CRISIS DE LA CRISIS
Ahora, en plena crisis del concepto crisis, cuando va quedando claro que estamos en otra época buscamos a quien culpar. Y seguramente es lógico que lo hagamos, ya que las incertidumbres y las penurias nos llevan fácilmente a la añoranza de tiempos pasados, cuando lo que ahora nos aqueja no pasaba. Volver a la Francia de otros tiempos, a la América grande, a la España unida. No podemos seguir culpando a la globalización, que se ha convertido en un simple dato de la realidad. Por otro lado, un mundo global, sin fronteras, cosmopolita, fraternal es algo apetecible desde la tradición universalista del progresismo. Pero choca con una circulación de capital y de productos que exige desregulación, caída de proteccionismos y pone en duda las lógicas nacionales de redistribución. Queremos sociedades abiertas, pero también cerradas para sentirnos protegidos. Estamos a favor de la autonomía individual y del reconocimiento de nuestra diversidad, pero no aceptamos a los distintos que parecen haber llegado con las malas noticias.
Cada vez más el reto estará en mantener nuestras sociedades abiertas y al mismo tiempo con capacidad de protección, frente a aquellos que solo ven posible subsistir cerrando fronteras y mentes. Crisis del trabajo, dificultad para mantener prestaciones sociales y miedo al futuro es un cóctel explosivo. Si añadimos al esquema un terrorismo inquietante, entenderemos que es importante trabajar sin pausa en algo tan aparentemente contradictorio como mantener sentido de pertenencia, capacidad de protección y voluntad de acogida y de aceptación plena de la diversidad. En ese escenario, las ciudades ocupan un espacio que no está al alcance de los estados, demasiado encerrados en sus compromisos y rutinas. La urgencia de la proximidad es también la gran palanca de transformación sobre la que tratar de proteger sin cerrar.
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