Sillas vacías

El atentado de Hipercor rompió vidas y algún espejo. El de aquellos que se refugiaban en silencios cómplices cuando la banda terrorista mataba

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EMMA RIVEROLA

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Hace 30 años, todo estalló. Para algunos, llegó la muerte. Para otros, las heridas, las curas, las cicatrices. Para muchos, las ausencias. Esa grieta por donde se cuela el mercurio. Frío, invasivo, escurridizo… tóxico.

El <strong>atentado de Hipercor</strong> rompió vidas y algún espejo. El de aquellos que se refugiaban en silencios cómplices cuando la banda terrorista mataba. También aquí, en Catalunya. No hay causa que soporte el terror en una democracia. No hay palabras que la justifiquen. No hay héroes en sus filas. Tampoco hay líderes de paz si no hay arrepentimiento ni se pide perdón por todo el mal provocado: por los muertos, por los heridos, también por todos los condenados a llorar en silencio.   

El fin de semana, el Ayuntamiento de Barcelona rindió un <strong>homenaje a las víctimas</strong>. A diferencia de lo ocurrido durante demasiado tiempo, durante décadas, los políticos supieron que era el momento de callar. Que el dolor es un lugar obsceno para arañar votos o sumar voluntades. No hubo discursos oficiales, solo las notas de un piano, el movimiento de unos bailarines y las palabras de unos actores que condujeron el acto. Y hubo algo más, unas sillas vacías. Sobre ellas, algunos familiares dejaron objetos de los asesinados: unas gafas, una pelota, un libro. También unos patucos.

Esas sillas vacías son el verdadero y único homenaje que puede rendirse a las víctimas. Un reconocimiento a su ausencia. Un lugar donde llorar los 30 años sin ellos.