Dos miradas

La violinista

La doctrina oficial ofrece la melodía del 'procés' como la única democrática. Pero las imposiciones no casan bien con la inteligencia ni con la libertad

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EMMA RIVEROLA

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¿Te gustan los conciertos de violines?, inquirió Mònica Terribas a David Cid, de Catalunya en Comú. Con anterioridad, la periodista había preguntado insistentemente al entrevistado su opinión sobre la pregunta del referéndum. Cid repetía que lo relevante era saber cómo el Govern iba a llevarlo a cabo con garantías. El violín no estaba en manos de Cid, él se negaba a bailar una melodía que, aunque coreada de forma machacona, no cambia la realidad.

Pero es difícil sustraerse a ella. Su omnipresencia trata de hacernos olvidar que ya celebramos una consulta, que ya se declaró superada la idea de un referéndum y que ya realizamos el voto de nuestra vida en unas elecciones que algunos llamaron plebiscitarias hasta que las perdieron según sus propias reglas.

La pregunta es un nuevo movimiento del gran concierto de violín que todo lo ensordece. Con sus héroes, sus mártires, sus enemigos y sus traidores. Puigdemont apela a la ciudadanía. Más movilizaciones para suplir la inutilidad de estos años. La doctrina oficial presenta la melodía del procés como la única democrática, la única buena. Pero las imposiciones no casan bien con la inteligencia ni con la libertad. No bailarán a su son la mitad de la población que no comulga con la independencia ni los que no creen en aventuras narcisistas que desprecian la legalidad, ese marco que acoge los derechos de todos. Al fin, habrá demasiados traidores para un país tan pequeño.