La igualdad de género

El sexismo en las ciudades

Las urbes y las relaciones sociales que en ellas se dan no reflejan debidamente el papel de la mujer

ilustracion  de nualart

ilustracion de nualart / periodico

MARIA RODÓ DE ZÁRATE

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Las ciudades se hacen en base a las relaciones sociales que en ellas se dan, y su estructura diseño potencia un cierto tipo de relaciones y de vida. Así, en un contexto de relaciones de género desiguales la estructura de las ciudades también las reproducirá. Por los roles de género establecidos, mujeres y hombres usamos las ciudades de forma diferente. Por ejemplo, en relación a las movilidades, en diversas investigaciones se ha mostrado que mujeres y hombres tienen movilidades diferentes y hacen un uso diferenciado del transporte público y privado. Las mujeres suelen hacer más recorridos y de menos distancias, como en zigzag: de casa a la escuela para llevar a los críos, de la escuela al trabajo, del trabajo al supermercado, del supermercado a la escuela y de la escuela a casa.

PENSADAS PARA EL TRABAJO PRODUCTIVO

En cambio, los desplazamientos de los hombres suelen ser pendulares: de casa al trabajo, del trabajo a casa. Pero las ciudades están pensadas para facilitar el trabajo productivo y el consumo, no los trabajos de cuidado. El transporte público y su tarificación no están pensados para estos desplazamientos diarios cortos y múltiples. Como tampoco las calles están pensadas para que los niños puedan ir por ellas de forma autónoma, ni para facilitar cuestiones como el cuidado de bebés y la lactancia. Están vacías de espacios de juego y de encuentro fuera del consumo y de los reductos cerrados con vallas para la infancia. Ciudades con una masificación turística tampoco facilitan los desplazamientos ni las tareas cotidianas si tienes que ir esquivando riadas de turistas en la calle, en el supermercado o en el metro, una actividad de riesgo si vas con un cochecito o con una carretilla.

DESPRECIO POR LA LABOR DE LAS MUJERES

Tenemos ciudades para que en ellas se pueda consumir y producir con facilidad, pero no ciudades que nos faciliten el cuidado de otras personas y la realización de los trabajos domésticos, que potencien la vida comunitaria y que se preocupen por el bienestar y la salud de sus habitantes como cuestión central. Esto afecta a toda la ciudadanía, pero las causas tienen que ver con el desprecio por todo lo relacionado con los trabajos que tradicionalmente han realizado las mujeres, y con los espacios que se consideran propios de ellas, como los privados. Cuando se piensa sobre las ciudades, se piensa en sus calles, plazas y parques, pero pocas veces se piensa en las cocinas y los comedores de sus casas. Y estos espacios, su estado y las relaciones sociales que en ellos se dan, configuran también las ciudades y posibilitan o limitan unos determinados usos de ellas. Si sumamos los metros cuadrados que ocupan, seguramente las ciudades están más hechas de cocinas particulares que de plazas, pero rara vez las primeras son el centro de la acción política o el análisis teórico.

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Los espacios privados como lugares no políticos y los espacios públicos como lugares simbólicamente masculinos. Prácticamente no hay calles con nombres de mujeres, y los pocos que hay a menudo se refieren a vírgenes, santas o reinas. Los monumentos y las esculturas también suelen hacer referencia a hazañas masculinas, o se representan en ellos momentos relevantes para las ciudades obviando el papel que han tenido las mujeres. Los oficios de las mujeres y sus contribuciones a la ciudad han sido borrados de las calles, y también de la memoria. Todo ello provoca una desidentificación, un sentir que las ciudades no nos pertenecen, como si las mujeres no hubiéramos sido fundamentales para hacerlas, mantenerlas y defenderlas. Pero, paradójicamente, imágenes de mujeres inundan la vía pública: mujeres desnudas en fotografías y escaparates, cuerpos-objeto con la función de reclamo publicitario y que además contribuyen a crear modelos estéticos opresivos. Las mujeres representadas en el espacio público como objetos a ser mirados y no como sujetos. Cuando en realidad las mujeres hacen barrio, y ciudad, cada día. Están presentes en ella de forma activa y son agentes principales en su construcción.

ENTORNOS MÁS SALUDABLES Y AMABLES

Hay que trabajar al mismo tiempo para transformar los espacios y las relaciones sociales. Cambiar las estructuras de las ciudades y las relaciones que en ellas se dan. Las experiencias y los conocimientos de las mujeres pueden aportar mucho a este debate, tanto por su experiencia en su vida cotidiana como por las propuestas de cambio que se han desarrollado en el seno de los feminismos desde hace décadas, ya sea en el activismo o en ámbitos como el urbanismo, la economía, la arquitectura, la historia o la antropología. Valorar estos aprendizajes es, pues, el primer paso para construir ciudades menos sexistas, ciudades que al fin y al cabo sean más saludables, amables y vivibles para todos.