Editorial
El Cercle y la nueva economía
Los cambios tecnológicos en el horizonte y su impacto en el empleo son un reto enorme para la economía y la política
La reunión anual que el Cercle d’Economia celebra en Sitges es desde hace ya muchos años una cita de referencia, probablemente la más importante en nuestro entorno de las que convocan a destacados representantes del mundo de las finanzas y la empresa, con una importante presencia también de dirigentes políticos de primer nivel. El encuentro de este año, el 33º, está siguiendo la tónica habitual del Cercle de huir de la complacencia y abordar con claridad los problemas y los retos que plantea una economía crecientemente globalizada, un fenómeno irreversible por más que los populismos de todo pelaje –con la Administración de Trump en lugar destacado– quieran frenarlo recurriendo a la demagogia.
La poderosa emergencia de la llamada nueva economía es una de las características del mundo de hoy, y a menudo su relación con la economía tradicional no es fácil. Por eso tiene especial valor que ayer en Sitges se pudieran escuchar opiniones de conspicuos representantes de ambos mundos. Porque tan peligroso resulta el inmovilismo y la defensa a ultranza del único modelo de negocio que ha imperado hasta fecha reciente como la aceptación sin condiciones de fórmulas empresariales que, con el reclamo de ofrecer al consumidor facilidades en la prestación de servicios, incurren en un agravio comparativo –fundamentalmente en el terreno fiscal– imposible de admitir.
En lo que sí coinciden tanto la nueva como, sobre todo, la vieja economía es en diagnosticar el gran impacto que a corto plazo tendrá en el empleo –y, por tanto, en la vida de las personas– la revolución tecnológica que asoma, impensable hace solo una década. La robotización y el perfeccionamiento de los algoritmos informáticos convertirán en prescindibles no pocas actividades laborales y profesionales. El Nobel de Economía Jean Tirole, presente en Sitges, aboga por «proteger al trabajador, no el puesto de trabajo», certera síntesis de la actitud que debe prevalecer ante el desafío planteado. El reto es enorme, y requerirá inteligencia y coraje de los poderes públicos y responsabilidad de los principales actores de la economía y las finanzas internacionales. Pero si solo prima el beneficio inmediato y la política no puede embridar al poder del dinero, el mundo será definitivamente un lugar más injusto e inhóspito de lo que es hoy.
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