La hora de la autocrítica y la acción

En la semana del aniversario de Wembley, sería imperdonable volver a los vicios del perdedor

Neymar celebra el gol en propia puerta de Juncà en el Camp Nou.

Neymar celebra el gol en propia puerta de Juncà en el Camp Nou. / periodico

ELOY CARRASCO

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Ni dos minutos duró la quimera. Todos los hados estaban en contra y se empeñaron en demostrarlo cuanto antes. Luis Hernández -un canterano del Real Madrid, por cierto- propinó el más nefando de los despejes para dejar a huevo el primer gol de Cristiano Ronaldo en Málaga. Solo duró 97 segundos la noche de transistores, que enseguida se revelaron innecesarios. A continuación empezaron a suceder cosas inverosímiles, a modo de resumen caprichoso de esta desatinada Liga del Barça. Pero no las cosas inverosímiles que hacían falta, como un par de goles de Sandro en La Rosaleda, sino algo tan extraño como un par de goles de un japonés en el Camp Nou, que por más señas solo había marcado uno en todo el campeonato.

Luego vimos a Luis Suárez haciendo todo lo contrario, o sea echando por tierra oportunidades clarísimas; dando la razón a sus compañeros cuando le piden: no pienses, remata. Si le sobra tiempo en la jugada, malo. Nervios, imprecisiones poco corrientes, tibieza de ánimo... Hubo un rato en el que parecía que lo que el Barça necesitaba era un exorcista. La inspiración le daba la espalda y desde Málaga no hacían sino llegar mensajes pésimos.

TEMPORADA DESCONCERTANTE

En el fondo, la última noche de Luis Enrique en el Camp Nou sirvió de marco teórico para la desconcertante temporada azulgrana. Incapaz de mantener la constancia, poco de fiar, a remolque de su irregularidad y víctima de inconcebibles despistes ante los rivales menos difíciles. Anoche completó el Barça una racha de siete victorias consecutivas después de haberlo tirado todo por la borda precisamente en Málaga. Aquella derrota queda como un ardor de estómago en este desenlace decepcionante. Siete victorias consecutivas de un mal estudiante que viendo venir el cate hincó los codos, pero sencillamente era demasiado tarde. Ni siquiera la afición expresó mucha fe en el equipo ayer. Da que pensar que con el título en juego el estadio no reviente y registre una entrada de medio pelo. Otra nota mental para la próxima temporada.

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El Barça ha batido su récord de goles en una Liga (116), ha dejado para la historia el portento ante el PSG y la enorme victoria en el Bernabéu, póster de Messi incluido, pero el regusto final no puede ser sino amargo. El tridente, esa especie de reclamo pop, no ha bastado, lo cual enfrenta a la directiva a las decisiones más trascendentales de los últimos años. La primera debería ser escapar cuanto antes de este escenario ochentero, es decir nuñista, que planea sobre el club: ahora mismo está agarrado a la posibilidad de un título menor, la Copa, ante un rival pequeño, el Alavés, y pendiente de que la mejor noticia de la temporada llegue por la vía de una desgracia del Real Madrid en la final de la Champions.

En la semana del 25º aniversario de Wembley, el mejor homenaje sería recuperar ese hilo con el que se empezó a tejer la grandeza. Se puede perder una Liga, pero sería imperdonable volver a los vicios del perdedor. Autocrítica y acción.