LOS SÁBADOS, CIENCIA

Un lobo en el Amazonas

En todo el mundo se pueden escuchar historias del mamífero y su relación con los humanos

ilustracion  de nualart

ilustracion de nualart / periodico

JORGE WAGENSBERG

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Un humano observa una manada de caballos salvajes pastando en la pradera. Es un animal bellísimo, noble, fuerte, rápido, resistente, austero en sus necesidades y con una forma asombrosa a la que se diría le falta un pedazo para acabar de hacerlo todo bien, trotar, luchar… La pregunta clave es: ¿cómo fue el primer caballo que aceptó la domesticación? Y también: ¿cómo fue el primer humano que convenció a un caballo? Humanos y caballos han recorrido parte de la historia del planeta juntos. La literatura, el cine y la escultura han dejado un buen testimonio de eso. Seguramente el humano no fue un humano cualquiera, y tampoco el caballo fue un caballo cualquiera.

EL ANIMAL NO DOMÉSTICO MÁS CITADO

Cuando el Homo sapiens llegó de África, el paisaje europeo ya tenía jefe. Era un gran depredador que, además, funcionaba en manada: el lobo. Humanos y lobos se debieron quedar mirándose y admirándose los unos a los otros durante un rato. Una antiquísima relación de amor-odio todavía impregna nuestros genes. Que yo sepa, no se ha sugerido aún un estudio similar al que sigue, pero nada sería más fácil y objetivo. Se trata de revisar la literatura de todas las lenguas europeas en busca de cuál es el animal no doméstico más citado. Apostaría a que no se observarían diferencias importantes en las distintas lenguas. El lobo aparecería muy destacado en español, portugués, ruso, francés, alemán, etcétera. Es más, ni siquiera se distinguiría demasiado si la cita es por admiración o por rechazo. El humano debió quedarse con la boca abierta contemplando cómo varios ejemplares de lobo eran capaces de abatir animales mucho mayores, como ciervos o bisontes. Quizá un día incluso quedaron para cazar y para repartirse el botín. Quizá empezase así una antigua –probablemente la más antigua– amistad entre humano y animal. Quizá encontraron luego una gran diversidad de funciones que compartir: vigilar, pastorear, orientar, defender, seguir rastros... Algunos milenios después, los humanos han diseñado una enorme diversidad de especies vía selección artificial, una idea que inspiró a Darwin para su teoría de la evolución.

IMAGINAR EL PRIMER ENCUENTRO

En la literatura, el lobo es el animal a la vez más temido y más admirado. Curiosamente, la presencia del lobo en otras formas más plásticas y visuales de la cultura humana no es tan clara y diáfana. La pintura y la escultura ensalzan y cantan el mundo animal humano de otro modo. Un buen ejercicio literario consiste en imaginar cómo fue el primer encuentro fructífero entre un humano y un lobo. No fue un humano cualquiera, no fue un lobo cualquiera. No se debió parecer nada a ninguno de los lobos de los mitos clásicos. Nada que ver con hembra que ayudó a la fundación de Roma, ni con el Mowgli de Kipling, ni por supuesto con la única víctima del celebérrimo cuento de Caperucita Roja. El tercer gran doméstico fue el gato. Con los primeros silos llenos de grano, el trato parecía perfecto. Pero un gato es un depredador tímido y solitario. ¿Cómo era el primer gato que se acercó a un humano?

AMISTAD ENTRE ESPECIES

Hoy sabemos que todos los perros descienden del lobo. Vale la pena pasear por los paisajes antiguamente frecuentados por el lobo para saber qué opinan los actuales habitantes de su derecho de regresar a casa. Incluso los que le odian la gozan hablando del tema. En todos los rincones del mundo se puede escuchar la historia de un lobo que pudo ser el primero de una larga y profunda amistad entre dos especies.

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Me sucedió recorriendo la selva amazónica durante el verano de 1993. En la zona del Tapajós uno oye repetir historias en diferentes poblados, sin saber bien si lo que está escuchando es una versión de la historia original o una repetición de una repetición. La historia era bien sencilla. Una cabaña de caboclos (nativos descendientes de indios y portugueses que se dedican a cultivar un huerto familiar y a la pesca artesanal) fue atacada una mañana por un jaguar. Hay muchos jaguares en la zona, pero muy pocos son los que se dejan ver. En aquella ocasión solo se encontraba en casa un niño de 2 años y un pequeño perro, la mascota de la familia. Aquel verano oí la historia cientos de veces. El felino de cien kilos se enfrentó al perrillo de cuatro kilos, el antiguo amigo del hombre con las tripas fuera pero armando un escándalo que había asombrado hasta a los papagayos de la región. El jaguar, desconcertado, había huido. Cada vez que tenía ocasión me interesaba por la veracidad de esta historia en los aislados asentamientos de caboclos. Un día, mi interlocutor, de unos 10 años, me muestra la enorme cicatriz de su mascota y me suelta muy serio: «El niño soy yo, este de aquí es el perrito que me salvó».