Noche de prodigios en el Camp Nou
Albert Guasch
Periodista
ALBERT GUASCH
El fútbol tiene en ocasiones sus maneras de poner a hacer gimnasia a las expectativas de un partido. Pasaron cosas muy inusuales en el Camp Nou. Una noche de milagros. Se vio al lánguido André Gomes marcar dos goles e incluso –extraordinario– esbozar una sonrisa feliz. Se vio al escasamente productivo Paco Alcácer fabricar dos tantos más y sentirse de nuevo un goleador prolífico. Y hasta se produjo el prodigio de que Javier Mascherano perforara la meta contraria. De penalti, eso sí, que hasta las hadas tienen sus limitaciones.
Un poste a un remate de cabeza le impidió un rato antes un gol de jugada, que le habría sacudido el sabor de la indulgencia al estreno. En cualquier caso, una anécdota muy celebrada en el vestuario. Nueva prueba de su ascendencia en el grupo. Y carpeta cerrada, si es que personalmente necesitaba cerrarla. Lo hizo de la forma en que se ha ganado la vida con la zamarra azulgrana: con vehemencia, sin florituras, reventando el balón desde el punto de la pena máxima. Una recompensa largamente aplazada.
No es un milagro, en cambio, que Messi se descolgara con dos goles suplementarios a la opulencia de los 500. Al contrario. Messi convierte lo extraordinario en ordinario desde hace muchos años. Un día se pondrá a levitar sobre el césped y los espectadores simplemente aplaudirán y lo tomarán como una muestra más de su talento infinito.
NUEVO RITUAL
Ayer consiguió que muchos aficionados se acordaran de poner en una bolsa una camiseta para saludarle como él saludó a la grada del Bernabéu con el explosivo 2-3 del pasado domingo. Quién sabe si estamos ante un nuevo ritual de rendición al mejor de la historia.
La noche de los prodigios no le alcanzó al Osasuna, vapuleado como no podía ser de otra forma. No hubo las esposas y la pistola con las que había suspirado su entrenador. Hay ocasiones que incluso con este grupo de suplentes que alineó Luis Enrique y que tan poco ha convencido durante este curso basta.
Y tampoco hubo magia para el Deportivo, destrozado por los vigorosos suplentes de Zidane en Riazor. La presión de la goleada azulgrana no surgió efecto. Habrá que esperar a otra jornada para encontrar el ansiado tropiezo blanco. Cada vez quedan menos oportunidades. Pero tampoco debería considerarse un milagro. La irregularidad, sobre todo de juego, va de la mano de los dos aspirantes.
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