El debate independentista

El referéndum indeseable

El separatismo se concentra en la Catalunya interior, por razones identitarias, y solo aparece en los barrios ricos de las zonas metropolitanas

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JOAQUIM COLL

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El deseo independentista no ha hecho más que recular desde los máximos que alcanzó en las encuestas a finales del 2012 y en los años siguientes. En el 2015 el bloque separatista perdió su autoplebiscito, tal como el cabeza de lista de la CUP, Antonio Baños, reconoció la noche del 27-S. Este es un hecho que en JxSí también han tenido que aceptar, aunque sea a regañadientes. Por eso, descartada la idea de la independencia en esta legislatura, tuvieron que reemplazarla por la del referéndum, parapetándose en que, según los estudios de opinión, la mayoría de los catalanes desearía celebrarlo.

Es un argumento muy pobre porque al mismo tiempo que los encuestados dicen querer una cosa, a veces por quedar bien, también podrían reconocer el carácter profundamente nocivo de la propuesta si se les preguntase. Un estudio de GESOP de hace unos meses señalaba que el 55% de los catalanes considera que el referéndum independentista divide. En realidad, la fractura social que genera esta cuestión es mucho más visible cuando se miran los datos a fondo. Los castellanohablantes comparten esta opinión de forma rotunda (70%), mientras los más entusiastas con la idea de la consulta son, en cambio, los que se consideran únicamente catalanes (75%).

CLAVE ETNOLINGÜÍSTICA

Este apunte nos lleva a otro análisis que muchas veces se oculta. El fuerte crecimiento del independentismo no se ha producido de forma transversal y homogénea. Es el resultado básicamente de la radicalización y movilización de una parte de la sociedad catalana. Estudiando los datos del propio Centre d’Estudis i Opinió de los últimos diez años aparece una Catalunya dividida respecto a la hipótesis secesionista en clave etnolingüística. Han abrazado la nueva fe los catalanohablantes que se consideran mayormente o exclusivamente catalanes (77%), y que se informan a través de los medios públicos de la Generalitat, auténticas maquinarias de propaganda

En cambio, la penetración del independentismo entre los castellanohablantes es muy débil (16%) pese a los Rufianes de turno, y minoritaria también entre los que se consideran bilingües (36%). Sorprende que se habla tan poco de esta división de la sociedad catalana, a la que se añade la territorial y social. El separatismo se concentra notablemente en la Catalunya interior, por razones identitarias, y solo aparece en los barrios más ricos de las zonas metropolitanas, como Sant Cugat, donde también la CUP saca excelentes resultados, pero cuyos votantes no son precisamente pobres.

Llama la atención que en Catalunya el discurso público ponga tanto el acento en la cohesión y la unidad civil, empezando por el Govern, y al mismo tiempo se promueva un referéndum que pasa inevitablemente por fracturar la sociedad en dos mitades. Es aún más contradictorio que eso lo propugnen algunas fuerzas de izquierda. Es una propuesta socialmente indeseable, también antidemocrática porque no reúne los consensos ni respeta la ley. Ahora mismo es solo un instrumento de propaganda y victimización del independentismo, que busca una escapatoria para sus promesas irrealizables.