Predecir el futuro del trabajo humano
¿Tienen alguna consecuencia las recurrentes predicciones sobre el fin del trabajo humano suplantado por algoritmos, robots y un largo etcétera?
Carlos Obeso
Profesor de ESADE Business and Law School (URL)
CARLOS OBESOProfesor de ESADE Business and Law School (URL)
CARLOS OBESO
En la Inglaterra del 1700, predecir el futuro era ilegal, y en algunos casos penado con la muerte. En 1736, se derogó la pena capital, pero los adivinos podían sufrir hasta un año de prisión. En 1951, la “Fraudulent Mediums Act” suavizó la normativa y abrió la posibilidad de predecir el futuro: “si era con el propósito de entretener”.
¿Tienen sentido estas prevenciones? La respuesta que se daba en el 1700 era afirmativa porque “al final el pueblo ignorante es engañado y defraudado”. Y es que predecir el futuro (casi siempre sombrío) no es una actividad neutra ni desinteresada.
En fechas cercanas al año 1000, el Clero Medieval, apoyado por el Papa Silvestre II, anunció el fin del mundo, una predicción bastante (o muy) acongojante. Al final no pasó nada, pero la consecuencia de la predicción, según relata Charles Berlitz (1913-2003), fue que “se abandonaron las tierras de labranza; quienes pudieron emigraron a Jerusalén; se perdonaron todas las deudas; los maridos y mujeres confesaron sus infidelidades; el comercio se interrumpió durante semanas y muchos ricos repartían su fortuna entre los más desfavorecidos para poder entrar con buen pie en el juicio final”.
Quizás no debamos creer del todo a Berlitz, un charlatán ilustrado y políglota (como su abuelo, fundador de las academias). La realidad es que los habitantes del año 1000 no contaban por años sino por ciclos de la naturaleza, pero algún efecto devastador tuvo que tener el que el propio Papa anunciara el apocalipsis en época cercana. ¿Qué perseguía? Supongo que controlar por el miedo.
Pasemos a nuestra realidad: ¿tienen alguna consecuencia las recurrentes predicciones sobre el fin del trabajo humano suplantado por algoritmos, robots y un largo etcétera? Por desgracia, ya las están teniendo. Un joven entre los 16 a 24 años que no accede a la universidad puede plantearse, con razón, si tiene sentido esforzarse en obtener un grado de FP o , más en general, una acreditación profesional, si al final del proceso solo hay desempleo estructural. Por ésta y otras razones, en España, el 70% de la población activa no cuenta con una certificación oficial de sus competencias profesionales y no hace nada para conseguirla, (algo que la Unión Europea demanda para la movilidad de trabajadores), y a su vez la FP dual es residual en el conjunto de la Formación Profesional.
En conclusión, mientras las empresas se quejan por no poder cubrir demandas de titulaciones intermedias, el interés mediático se centra en profetizar que el trabajo desaparece con la consecuencia que una franja de jóvenes, los más vulnerables, pueden decidir que esforzarse no tiene sentido porque al final el resultado no compensa el esfuerzo. Una pésima consecuencia de una predicción, la del fin del trabajo, sin anclajes teóricos serios.
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