EL ANFITEATRO

De la alegría de Beethoven al paraíso de Fauré y a la grandiosidad de Saint-Saëns

Christian Thielemann y Myung-Whun Chung dirigen dos programas distintos con desigual resultado en el Festival de Pascua de Salzburgo

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ROSA MASSAGUÉ

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Sobre el papel, una 'Novena’ de Beethoven con la Filarmónica de Viena y Christian Thielemann en el podio del Festival de Pascua de Salzburgo prometía la excelencia. Sin embargo, la expectativa quedó algo corta. Quien poco después alcanzó la sublimidad fue Myung-Whun Chung con la Staatskapelle de Dresde en una soberbia interpretación de la ‘Sinfonía número 3’ con órgano, de Camille Saint-Saëns.

A Thielemann y los músicos de Viena les costó encontrarse. En el primer y segundo movimiento de la magna obra de Beethoven el director reclamaba unos ‘piani’ a las cuerdas, en particular a los violonchelos, que no llegaban. Su gestualidad, que con el paso de los años se hace más ostentosa, exigía y al mismo tiempo, ante el sonido resultante, parecía decir “no es eso, no es eso”. La orquesta tampoco imprimía la velocidad intrínseca al segundo movimiento que el director la quería casi vertiginosa.

El tercer y cuarto movimiento fueron otra cosa, sobre todo el último, el coral. El bajo Georg Zeppenfeld hizo una entrada espectacular. Le acompañaban como solistas el tenor Peter Seiffert, la soprano Anja Harteros y la mezzosoprano Christa Mayer. Al coro, los Wiener Singverein, con 125 voces en el escenario cabría reprocharle unas entradas de las voces femeninas demasiado gritadas.

Viendo a los cuatro solistas de lujo que remataron brillantemente un trabajo que había empezado con algún pero, venía a la mente cuanto ocurrió en el Palau de la Música cuando la Orquesta Simón Bolívar con Gustavo Dudamel al frente hizo el camino inverso, con unos solistas que desmerecieron el resultado final de última sinfonía de Beethoven.

Esta ‘Novena’ con Thielemann y los filarmónicos vieneses mereció un largo aplauso del público, pero tratándose de estos dos monstruos musicales, director y orquesta, cabía esperar algo más.

ALUMNO Y MAESTRO // El segundo programa de la tarde estaba formado alrededor de un alumno y su maestro, de Gabriel Fauré y Camille Saint-Saëns, organistas ambos además de compositores. El director coreano Myung-Whun Chung, ha sido desde el 2012 la primera batuta en la larga historia de la Staatskapelle de Dresde (de la que Thielemann es el director titular) que es principal director invitado. Y se notaba la compenetración con los músicos.

La primera obra del programa, con el Coro de la Radio de Baviera, fue el ‘Réquiem’ de Fauré. Esta obra de la que el propio compositor hizo varias versiones, la última para grandes auditorios y grandes orquestas y coros, es un réquiem poco al uso. Como organista de la iglesia parisina de La Madeleine, Fauré que había tenido que acompañar numerosas ceremonias fúnebres siempre convencionales, quiso hacer algo distinto y que además reflejara su percepción de la muerte como “una liberación feliz, una aspiración a la felicidad en el más allá más que un paso doloroso”, en sus propias palabras.

El coro sonó angelical y Chung imprimió a la orquesta una lentitud que sonaba a eternidad bienaventurada. También aquí dos solistas de lujo, la soprano Anna Prohaska y el barítono Adrian Eröd que entonaron sus partes, ‘Pie Jesu’ ella y ‘Hostias et preces tibi’, él, con brillantez. La última parte, ‘In Paradisum’, dejó al público allí, en el paraíso, aunque quien escribe siempre prefiere este ‘Réquiem’ con una masa coral y orquestal más reducida que imprimen un carácter más íntimo a la obra.

En cualquier caso, Chung y la Staatskapelle dejaron al público en el estado idóneo para recibir una obra bien distinta, la ‘Tercera’ de Saint-Saëns, una partitura de gran magnitud, majestuosa y potente, y una de las grandes obras del repertorio sinfónico francés.

Esta interpretación en el Festival de Pascua contó con el ‘enfant terrible’ del órgano, con Cameron Carpenter, que en esta ocasión, pese al papel destacado del instrumento a partir del segundo movimiento, fue uno más de los músicos renunciando a todo protagonismo. Su aparición en el escenario apenas fue perceptible y al final recibió el aplauso del público junto a los dos pianistas que requiere la obra y al resto de instrumentistas. La potencia de esta sinfonía y la inmaculada interpretación tanto de la orquesta como del organista, dejaron al público en un estado de pequeñez ante una música tan superior. 

Una curiosidad para una tarde con Beethoven y Saint-Saëns. Tanto la ‘Novena’ del alemán como la ‘Tercera’ del francés habían sido, con 60 años de diferencia, un encargo de la Real Sociedad Filarmónica de Londres.

Ambos conciertos tuvieron lugar en el Grosses Festspielhaus la tarde del día 10.