Literatura que cambia de manos

Los viejos 'best-sellers'

Junto a una estación de metro de Fráncfort yacen libros expuestos a la afrenta pública del abandono

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ROSA RIBAS

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En una de las plazas de mi barrio en Fráncfort, frente a la salida del metro Merianplatz, colocaron hace varios años una librería alargada de metal, abierta a dos lados, con dos puertas de vidrio recio que protegen las estanterías de la lluvia, el viento y la nieve. En su interior, libros que la gente deja. Cualquiera puede depositar libros allí y llevarse los que quiera. Es raro pasar por la plaza y que no haya varias personas dejando o llevándose libros. Algunos vienen con bolsas o mochilas llenas, otros se van con bolsas o mochilas cargadas. El dueño de la copistería de la plaza actúa como padrino de la estantería, de vez en cuando sale a ordenar un poco los libros y a controlar que no haya papelotes, aunque no suele ocurrir.

Yo también me he deshecho de muchos libros en la estantería de Merianplatz, a la que siempre me acerco con el temor de encontrar alguno de los míos entre los libros expulsados de las bibliotecas personales. Como la primera vez que te piratean, alguien me dijo que en el fondo es una buena señal, que significa que existes, pero sigo sin acabar de verle la lógica a este argumento.

SIEMPRE DESAPARECEN

Cuando dejo libros allí, procuro recordar cuántos y en qué lugar los he colocado para ver si todavía siguen ahí cuando vuelva a pasar. La mayoría han desaparecido poco después. Siempre desaparecen. En el idioma que sea. He comprobado que cuando dejo libros en castellano o en catalán desaparecen en pocas horas. Y, aunque me pica un poco la curiosidad por saber quién los tiene ahora o de quién podrían ser los que yo me llevo, me gusta este intercambio anónimo. A fin de cuentas, son libros de los que, por un motivo u otro, nos hemos desprendido, no libros que hayamos regalado con entusiasmo proselitista después de leerlos.

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Las estanterías de la plaza son también una imagen en miniatura de los hábitos de lectura de mi barrio. Gracias a ellas sé que hay alguien que un día empezó a odiar la literatura rusa, alguien que estudió informática, alguien que ha decidido que lo de los 'muffins' es una chorrada y que por aquí vive una persona a quien no le gusta Gary Larson. A veces los lomos de los libros te cuentan que alguien ha hecho limpieza y se ha desprendido de sus lecturas de juventud. O que alguien dejó atrás su fase de teóricos posestructuralistas. Y otro terminó el Bachillerato y no quiere volver a ver nunca más las lecturas obligatorias, un arma infalible para arrancar de raíz las ganas de leer, pero ese es otro tema. ¿De quién sería el libro de la colección Grandes Autores Valencianos que encontré hace dos años? Seas quién seas, muchas gracias.

UNA PEGATINA FANFARRONA

Y también, con el tiempo, he ido confeccionando una lista de los viejos 'best-sellers'. Libros que hace unos años no podías no haber leído. Estaban en todas las mesas y escaparates de las librerías, en todas las listas, en todas las ferias. Y, después, en muchas estanterías. Ahora, a veces realmente leídos, otras (a juzgar por su buen estado) solo comprados, los encuentras una y otra vez en las librerías de segunda mano y en la librería de intercambio de Merianplatz. En tapa dura, en la edición de bolsillo o incluso en la edición de lujo lucen sus cubiertas llamativas como los trajes de diseño que cubren los músculos cansados, algo flácidos, de las viejas glorias del cine de acción. Algunos todavía llevan una pegatina descolorida en la que se anuncia, fanfarrona, la cantidad de ejemplares vendidos, como diciendo «usted no sabe quién fui yo».

CADUCOS CAMPEONES DERROTADOS

¿Qué había hoy? Un ejemplar bastante maltratado de 'El perfume', de Patrick Süskind, otro de 'Donde el corazón te lleve', de Susanna Tamaro, y seguía ahí 'Sal en nuestra piel', de Benoîte Groult, al que le está costando salir. Ayer vi 'La buena tierra' de Pearl S. Buck al lado del 'Tiburón' de Peter Benchley, en una vecindad que iba más allá de la promiscuidad del orden alfabético, era el compañerismo forzado del asilo. Nunca faltan ejemplares de los 'best-sellers' locales Johannes Mario Simmel, lo que suele significar que alguien se ha deshecho de la biblioteca de sus padres o Hera Lind, quien fuera en su momento la reina del 'chick-lit' alemán.

Justa o injustamente olvidados, caducos campeones derrotados cuyas ventas astronómicas tal vez financiaron la edición de las obras completas de Thomas Mann, allí están, y alguien se los acaba llevando, solo para que al día siguiente otros ejemplares aparezcan de nuevo. Expuestos una y otra vez a la afrenta público del abandono.

Dicen que los viejos rockeros nunca lo hacen, pero los viejos 'best-sellers' sí que mueren.