Alcaldes de Villatripas

Abundan los políticos que, como hizo el presidente del Eurogrupo Jeroen Dijsselbloem con los países del Sur, elogian lo propio denigrando lo ajeno

Jeroen Dijsselbloem.

Jeroen Dijsselbloem. / FLR/ems/ACW

JOAN CAÑETE BAYLE

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Hace unos días ya que Jeroen Dijsselbloem dijo aquello de que los países del sur de Europa se gastan el dinero «en copas y mujeres» y luego piden a los hacendosos países del norte que les ayuden a superar sus problemas de dinero, y los de la parte baja del mapa de Europa aún estamos esperando, sentados, sus disculpas.  En su viaje a EEUU, el president de la Generalitat, Carles Puigdemont, afirmó que en España «la democracia es un derecho fundamental que no se extiende a los ciudadanos catalanes ni en casa ni en el extranjero» y que lo de la independencia es, en realidad, la lucha de los catalanes por sus derechos civiles. Lo cual implica que hoy y ahora, España (cuya Constitución es la única, junto a la de Turquía, que «autoriza al Ejército a actuar contra sus propios ciudadanos», explicó Puigdemont  a su audiencia estadounidense) no respeta los derechos civiles de sus habitantes, al menos los de Catalunya. Sí, los mismos que se gastan el dinero en copas y mujeres, que a Dijsselbloem le da igual que si Ebro arriba, o Ebro abajo.

No costaría en absoluto encontrar afirmaciones y discursos de las misma características sobre Catalunya profiridos desde el resto de España, que de Indas, Rojos, Jiménez Losantos  y barones regionales de partidos que tiran de catalanofobia para ganar audiencia y votos el país está lleno. O de británicos sobre europeos; o de blancos sobre negros; o de heteros sobre homos; o de orientales sobre occidentales; y así hasta decir basta de discursos irresponsables y dañinos. «No sé lo que pretende de los estados del sur, señor Dijsselbloem, pero estamos a un paso de ser sus esclavos. No nos queda ya mucha dignidad en las alacenas. ¿Piensa usted que nos sobra para copas y bailes? ¿Es consciente de ese detalle? ¿Se atreve de nuevo a llamarme borracho y ‘putero’?», escribió, muy indignado, César Carulla, de Sabadell, «español y padre de tres hijos, nacido en Alemania por el sacrificio que mi padre tuvo que hacer en tiempos aciagos».

COMENTARIO DE "BARRA DE BAR"

César afirma que el comentario de Dijsselbloem parece hecho en «la barra del bar» y ojalá fuera así, ojalá se tratara se un exabrupto inconsciente, de un calentón, de un 'lapsus linguae'. Pero no, no lo es: Dijsselbloem se reafirma en su visión sesgada sobre el estilo de vida perezoso del sur, y Puigdemont no matiza su visión oscura de un Estado español cerril, y cualquiera que quiera prosperar electoralmente en el sur de España tiene que acordarse de la insolidaridad insufrible de los desleales catalanes cada vez que tiene un micrófono delante («los votos de los andaluces no servirán para pagar un peaje a las mareas, las confluencias, ni para pagar los privilegios de Ada Colau», Susana Díaz dixit, solo uno entre muchos ejemplos).

Son tiempos estos de profunda irresponsabilidad política, agravada si cabe por lo volátil de la situación económica y social. En EEUU, un presidente usa Twitter como arma arrojadiza para esconder tras su incontinencia tuitera su ignorancia, su incompetencia o ambas. En Holanda, los Dijsselbloem de este mundo celebran que Geert Wilders no ganara las elecciones cuando en realidad, entre copas, mujeres y otras actitudes sin complejos, su discurso va calando en los de aquellos que en teoría  se oponen al ascenso ultra.

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Que, citando al maestro Krahe, Villatripas de Arriba pongo a caer de un burro a Villatripas de Abajo podría decirse que forma parte de la misma naturaleza humana. Que gran parte de los políticos se hayan convertido en alcaldes de Villatripas, realzando las virtudes de lo local y desdeñando las de los demás para afianzar su poder, o su discurso, o ambos, es una señal de la mediocridad de lo público y de la peligrosidad de los tiempos. Identidad, sentimientos,  gregarismo, pertenencia y agravios son material explosivo con los que no caben las frivolidades, las salidas de tono ni las comparaciones hiperbólicas.