La actuación de las Naciones Unidas

No hay descanso para Guterres

El nuevo secretario general de la ONU debe enfrentarse sin dilación a diversos e importantes retos

Guterres y Haley.

Guterres y Haley. / periodico

CRISTINA MANZANO

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Marca la tradición que todo nuevo secretario general de la ONU tiene un periodo de gracia de 100 días; qué menos para hacerse con las riendas de la mayor y más compleja organización internacional. Pero António Guterres no ha tenido ese lujo. El portugués llegó al cargo el 1 de enero con el desafío de mejorar su eficacia, demostrar su pertinencia ante el coro creciente de críticas y, sobre todo, lidiar con la nueva e impredecible Administración norteamericana.

Pero antes de poder meterse de lleno con esas tareas se ha encontrado con la que puede ser la mayor crisis humana de la historia de la ONU: la hambruna ya declaradahambruna ya declarada en Sudán del Sur y el riesgo inminente en Somalia, el este de Nigeria y Yemen, que podría afectar a unos 20 millones de personas. Lo peor es la evidencia de que en todos estos casos el hambre está causada directamente por la acción humana, en medio de la violencia, los desplazamientos forzados y la inseguridad. El Programa Mundial de Alimentos ha hecho un llamamiento para recaudar los 1.200 millones de dólares que necesita para atajar la emergencia de aquí a julio. El tiempo juega en contra: una vez que se declara una hambruna, parar sus efectos puede llevar años.

ATAQUE A LOS DERECHOS HUMANOS

Mientras tanto, Guterres se ha topado de frente con algunas decisiones de Donald Trump que le afectan directamente: el nombramiento como nueva embajadora ante la ONU de Nikki Haley –una mujer sin experiencia internacional, cuyo papel será el de leal secuaz del presidente en su brigada antimultilateralista– y el anuncio del drástico recorte, de hasta un 40%, del presupuesto destinado a la política exterior en general y a la organización en particular. Y se ha topado también con el veto migratorio a las personas procedentes de siete países musulmanes. Para el hombre que ha encarnado el Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados durante casi diez años debe de ser difícil mantener la calma ante semejante ataque a los derechos humanos por quien aún es el principal donante de la ONU.

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Junto a las emergencias y el impacto del nuevo Washington, Guterres deberá luchar contra los desafíos tradicionales: la burocratización y la gestión de una multinacional que da trabajo a más de 85.000 personas y tiene desplegados 97.000 efectivos de 110 países en misiones de paz, la compleja situación en Oriente Próximo –empezando por Siria–, la mejora de la prevención de conflictos, la lucha contra el terrorismo transnacional en todas sus formas, el cumplimiento de los Objetivos de Desarrollo Sostenible… Y, por supuesto, el manejo del juego político y diplomático al más alto nivel, con actores cuyos intereses están a menudo enfrentados.

Son muchos los retos de una organización que se creó para un mundo hoy completamente distinto; pero nadie puede poner en duda su valía y su aportación a la paz y al desarrollo en sus más de siete décadas de existencia. António Guterres tiene por delante la tarea de hacerla seguir avanzando. Nadie ha dicho que vaya a ser un trabajo fácil.