Reacción al terror

Pasajeros de un viaje a la nada

Somos vulnerables. El terrorismo nos hace aún más frágiles. Pero podemos elegir no entregar nuestro miedo

Un pájaro sobrevuela unas velas electrónicas en homenaje a las víctimas del atentado de Londres.

Un pájaro sobrevuela unas velas electrónicas en homenaje a las víctimas del atentado de Londres. / periodico

EMMA RIVEROLA

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Solo era un hombre. Un coche. Dos grandes cuchillos. Y una mente esculpida en el fanatismo. Mató e hirió porque ninguna de las vidas que se llevó por delante le importaba. Su auto siguió el camino de sus ideas. Del mismo modo que consideraba que ellas estaban por encima de las personas, el pulso no le tembló al volante.

El coche, maltrecho tras empotrarse en la vetusta verja del Parlamento británico, quizá con restos de sangre en su carrocería, debe descansar en alguna instalación policial. El conductor ya no está. Murió abatido por la policía, pero otros pasajeros se apresuraron a ocupar los asientos. El miedo fue el primero en montarse. El espanto de los padres al pensar que sus hijos podían estar en la ruta asesina. La alarma de los hijos al ver que su madre no llegaba, ni llegó nunca, a recogerles a la escuela. Un temor más lejano, pero pegajoso y frío. La sensación de que estallaron los refugios, que el horror se ha convertido en aire y se cuela por las rendijas de nuestra burbuja de calma.

JUGAR CON EL MIEDO

El engaño, la impostura interesada también se apresuró a ocupar un asiento. Se reafirmó el discurso de la seguridad confundiéndolo con el robo de la libertad. Y nos pedirán que renunciemos a nuestra privacidad, que entreguemos los derechos que nos protegen del control del poder. Juegan con nuestro miedo. Los terroristas, pero también quienes amplifican el terror para justificar sus políticas restrictivas. Gobiernos cómplices del horror más allá de nuestras fronteras. Discursos que siembran de recelos nuestras calles.

Y ahí, en las calles de Londres, París o Barcelona estaba el tercer viajero. De un salto se colocó en el asiento delantero. Es la mirada de la desconfianza. La suspicacia alimentada por los discursos perversos que convierten en enemigos a colectivos tan débiles como el resto de los ciudadanos. Sí, somos vulnerables. El terrorismo nos hace aún más frágiles. Pero podemos elegir no entregar nuestro miedo, no ceder los mandos del coche a quien no los merece.