La campaña de TMB

Buen karma

Karma, una señora de dibujos animados que personifica una idea fundamental de las religiones orientales, vigila y riñe a los ciudadanos barceloneses si no hacen un buen uso del transporte público

Varios usuarios entran en una estación del metro de Barcelona validando sus títulos de transporte.

Varios usuarios entran en una estación del metro de Barcelona validando sus títulos de transporte.

ANDREU PUJOL MAS

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El pasado mes de diciembre, Transports Metropolitans de Barcelona (TMB), empezó una campaña protagonizada por Karma, una señora de dibujos animados que vigila y riñe a los ciudadanos barceloneses si no hacen un buen uso del transporte público. Karma es una personificación de una idea fundamental en distintas religiones orientales, la del karma, que establece –explicándolo de manera simplificada- que los actos de un individuo pueden condicionar sus reencarnaciones del futuro.

Por eso Karma advierte en los letreros publicitarios que «todo vuelve» y que si nos saltamos el torniquete de acceso al metro nos puede caer una multa de 600 euros. No hacía falta en la campaña recurrir a Oriente para encontrar lecciones de este tipo. Por ejemplo, Erasmo de Rotterdam defendió ante Lutero el libre albedrío del ser humano, es decir, la capacidad de tomar libremente decisiones equivocadas por las cuales se respondería ante Dios. Sin este concepto, si los hombres estuvieran predestinados, Dios resultaría una especie de tirano que castigaría o recompensaría a las personas de una forma completamente irracional y arbitraria, tratándolas como si fueran marionetas.

Cada vez más, vemos cómo nuestra sociedad intenta llenar su espiritualidad con la extensión de seudoreligiones hechas a medida, en muchos casos formadas por refritos de orientalismo, libros de autoayuda, dietas milagrosas, ejercicios de meditación y supersticiones. El laicismo ha estado bregado en la contención fuera de la esfera pública de las religiones estructuradas, especialmente la católica por estar arraigada en nuestra historia. En cambio, parece que ha bajado la guardia ante nuevas formas de espiritualidad, mucho más líquidas y con una pátina de modernidad inmerecida e injustificada.

El escándalo resultaría mayúsculo si en vez de Karma se hubiera optado por una representación del pantocrátor de Taüll, hecha por algún diseñador enrollado, que advirtiera sobre los males del infierno en caso de no ceder el asiento del metro a los abuelos y a las embarazadas.