¿'Sorpasso' en Francia?

El ascenso de Marine Le Pen preocupa en las cancillerías europeas

Marine Le Pen.

Marine Le Pen. / periodico

MARTA LÓPEZ

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¿Puede haber un ‘sorpasso’ en Francia que sitúe a Marine Le Pen en el Elíseo el próximo 7 de mayo? Desde que por sorpresa ganara el ‘brexit’ en el referéndum británico de junio del año pasado y a mayor sorpresa todavía, Donald Trump se hiciera en noviembre con la Casa Blanca, esta es la pregunta que como un escalofrío recorre la espina dorsal de todas las capitales europeas, aliviadas solo en parte por  la derrota del ultra Geert Wilders en Holanda.

Siendo esta una campaña extraña y volátil, apenas nadie alberga dudas a estas alturas de que Le Pen llegará a la segunda vuelta de las elecciones presidenciales. Quizá lo haga en cabeza. Y todas las esperanzas están puestas en que entonces la frene el mismo cordón sanitario que paró a su padre Jean Marie en el año 2002, cuando Jacques Chirac fue elegido presidente con el abrumador 82,21% de los votos, porque izquierda  le votó en masa para cerrar el paso al líder ultra.  

La razón y el corazón

La lógica,  la razón -¡tan francesas!-, y las matemáticas juegan a favor de la hipótesis de que Le Pen no atraviese finalmente la puerta del Elíseo. Pero del filósofo y genio francés Blaise Pascal es precisamente la frase «el corazón tiene razones que la razón no entiende». Y si en algo han errado reiteradamente encuestadores, analistas, politólogos y periodistas es en calibrar el nivel de enfado de los electores, el alcance del voto del corazón o del estómago.

En Francia hay dos precedentes reveladores. Tanto en las primerias de la izquierda como en la derecha ganaron los candidatos que no eran los elegidos por el partido: François Fillon se impuso a Nicolas Sarzkozy y a Alain Juppé y Benoît Hamon desbancó al primer ministro Manuel Valls.

Lo más sensato es pensar que Le Pen se quedará en el umbral del Elíseo. Pero el 25% de los votos que puede cosechar en primera vuelta y casi el 40% que podría llega a tener en la segunda son la señal de que su discurso del odio ha llegado para quedarse en la V República.