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Enrique Romero, 'el Molestoso'

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RAMÓN DE ESPAÑA

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El sujeto cuyo nombre y apodo dan título a esta columna murió de cáncer el 7 de noviembre, a los 58 años. Yo no me enteré, tal vez porque estaba internado en el Clínic por un incidente coronario, tal vez porque nadie escribió una línea. A fin de cuentas, 'el Molestoso' no era una 'celebrity', solo el tipo que más sabía de salsa en Barcelona y puede que en su Colombia natal. También era muy simpático y tenía la costumbre de llamar mulato a todo el mundo. Igual no basta con ser una enciclopedia viviente de la salsa y con ser encantador para que los diarios se acuerden de ti, pero la desaparición de Enrique Romero nos deja sin uno de esos necesarios 'outsiders', un pelín excéntricos, que tanto necesita nuestra ciudad en una época en la que se fomenta la uniformidad y se consideran sagradas cosas que no lo son.

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Me enteré de la muerte del Molestoso –alias que sacó del título de una pieza de su admirado Eddie Palmieri– gracias a una invitación que me enviaron para una fiesta en su memoria. Recordé que solo lo había visto una vez, pero me quedó grabado para siempre. Fue en Catalunya Ràdio, cuando esta emisora tenía un programa dedicado a la música latina que presentaba un venezolano estupendo llamado Pablo Larraguíbel, que me había invitado a raíz de un artículo mío en este diario sobre el gran Héctor Lavoe.

Por allí rondaba 'el Molestoso', que adoraba a Lavoe y lo sabía todo sobre él. Sobre él y sobre cualquier artista y variante de la salsa: lo había demostrado fundando una revista, El manisero, que no duró mucho, colaborando en Radio Gladys Palmera, publicando un par de libros y controlando la programación musical de algunas salas latinas de Barcelona. Seguimos hablando, ya fuera de la radio, y quedamos en vernos algún día. Como suele ocurrir, nunca volví a verle. Y ahora me entero de que ese hombre que parecía un músico de la Fania nos dejó a finales del año pasado, y trato de subsanar mi despiste con estas líneas de homenaje a uno de esos personajes que aportan alegría y exotismo a la ciudad en la que se instalan, siempre en los márgenes, siempre a lo suyo y siempre de buen humor. 

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