Puñales en Leicester, una venganza shakespeariana

El Sevilla tuvo la mala suerte de pasar en el peor momento por el escenario de un trágico ajuste de cuentas

Schmeichel, en la jugada con Vitolo en la que el árbitro pitó penalti, en el Leicester-Sevilla del martes.

Schmeichel, en la jugada con Vitolo en la que el árbitro pitó penalti, en el Leicester-Sevilla del martes. / periodico

ELOY CARRASCO

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El destino es muy caprichoso. "Devastación. Soltemos a los perros de la guerra", dijo Marco Antonio después del asesinato de Julio César, en una cita que aparece en la obra homónima de William Shakespeare. Esas mismas palabras estaban escritas el martes en una pancarta en el estadio del Leicester donde sucumbió el Sevilla. Los fans del equipo inglés, con renovada confianza, exigían a sus jugadores el máximo de agresividad. Pero la arenga no parecía necesaria, porque los futbolistas -entrenados desde hace tres semanas, menuda coincidencia, por otro Shakespeare, de nombre Craig- deseaban dejarse la piel, ir mucho más allá de su obligada profesionalidad. Respondieron con creces, dieron la sorpresa de los octavos de final de la Champions y de paso saciaron su sed de  venganza. Pero el objeto de la misma no era el Sevilla. Era Claudio Ranieri. Qué casualidad, un romano.

AHOGADO EN LA ORILLA

El Sevilla se ha hecho grande, también fuera de España. En una década ha ganado la Europa League cinco veces, las tres últimas consecutivas, pero la Champions le ahoga como una chirla mortal en la tráquea. Nunca llega a la orilla de  los cuartos, a pesar de que las otras dos veces que la tuvo a tiro el obstáculo no parecía insalvable, el Fenerbahce (2008) y el CSKA de Moscú (2010). Dos equipos del pelaje del Leicester, más o menos. El código de la Champions se le resiste y además esta vez le vinieron todos los males juntos. Síntomas de fatiga y saturación, decisiones desacertadas de Jorge Sampaoli, el vértigo de las alturas, las tonterías de Nasri -uno de los jugadores de los que cabe esperar algo más que necedades en las grandes ocasiones- y, en fin, un adversario ultramotivado. Unos perros de la guerra que han echado a correr en cuanto se hubo consumado el apuñalamiento de su anterior entrenador.

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Puede que la destitución de Claudio Ranieri fuese irremediable para que el Leicester no acabase de nuevo en las portadas por otro notición: el descenso a Segunda del campeón de la Premier. Siempre será una conjetura. Sin embargo, es una certeza que cuesta encontrar un caso de ingratitud y traición mayor en una plantilla profesional. Hace poco más de un año eran un grupo de futbolistas desamparados, sin mucho futuro, retales cosidos por un patrón amable y experto que los llevó hasta el infinito y más allá.

OLVIDADIZOS Y RICOS

De pronto ese hombre cayó en desgracia y el vestuario dejó de creer en él, convertido en un viejo torpe a ojos de unos futbolistas crecidos, olvidadizos y mucho más ricos. Ha ocurrido toda la vida, aseguran quienes conocen bien los camerinos de los divos. En contraposición, habrá biempensantes que no vean más que azar en el hecho de que el Leicester haya ganado los tres partidos que ha jugado desde que el entrenador es Craig Shakespeare.

El equipo ya corre, presiona y muerde todo lo que no ha corrido, presionado y mordido en los últimos meses. No ofrece mucho fútbol, apenas la aplicación de las leyes físicas de la fuerza y la velocidad. La devastación. Bastó para anular el argumentario del Sevilla, un pobre testigo que pasaba en mal momento por el escenario de una trágica venganza shakespeariana.