ELECCIONES EN LOS PAÍSES BAJOS

Holanda y 'el hombre blanco cabreado'

El malestar hacia los inmigrantes, que puede aportarle a Wilders hoy un 15%, de los votos, es mucho más profundo que ese miedo al terrorismo islámico

Geert Wilders.

Geert Wilders. / periodico

EDWIN WINKELS

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Holanda ha tenido suerte, si se puede decir así. Desde la irrupción del terrorismo en nombre de Alá, casi todos los países europeos lo han sufrido, y mucho. Al-Qaeda y Estado Islámico se cebaron en Madrid, Londres, París, Bruselas, Niza, Berlín e Estambul.... Hubo cientos de muertos. ¿Y Holanda? Un muerto en nombre del islam: el 2 de noviembre del 2004, un joven marroquí mató con un cuchillo en plena calle de Amsterdam al cineasta Theo van Gogh. De eso, hace más de 12 años ya. Los atentados más sangrientos en Holanda fueron obra de rubios holandeses, con ningún otro motivo que su propia locura: siete muertos en el festivo Día de la Reina del 2009, cuando un hombre arrasó deliberadamente con su coche a la multitud que esperaba la llegada de la reina Beatriz, y otros siete por disparos en un centro comercial de Alphen en el 2011.  

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Un muerto por el temido terrorismo islámico. Uno es demasiado, por supuesto. ¿Pero suficiente como para originar esa islamofobia sobre la que Geert Wilders construye su discurso y popularidad que deben llevarle hoy a ser uno de los más votados en el fragmentadísimo espectro electoral de Holanda espectro electoral de Holanda? Cada atentado que ocurría en los países vecinos recibió la misma respuesta del líder del Partido por la Libertad (PVV). Primero, un breve recordatorio para las víctimas, y después, su larga diatriba contra los musulmanes y todos los refugiados en general, con el remate final: “Cerremos las fronteras. No dejemos entrar más terroristas".

INTEGRACIÓN SIN PLANIFICACIÓN

El problema de Holanda, el malestar hacia los inmigrantes que puede aportarle a Wilders hoy un 15% de los votos, es mucho más profundo que ese miedo al terrorismo islámico. Un problema que se originó en los años 80 y 90, sobre todo en las grandes ciudades, donde no se planificó una buena integración de la segunda ola de inmigración, o de los hijos de la primera inmigración de los años 60 y 70. Los dos colectivos más grandes, actualmente 400.000 personas de origen turco y los 380.000 marroquís, se concentraron en barriadas concretas. Por aspecto –muchas veces casitas con jardines o bloques de no más que cuatro pisos – esos barrios no tienen nada que ver con los guetos en Estados Unidos o los 'banlieu' de las ciudades francesas, pero la población autóctona huyó masivamente de allí.

Desde entonces, holandeses e inmigrantes han vivido casi separados. No todos; hay miles de turcos y marroquís que se han integrado a la perfección y juegan un papel importante en la sociedad, desde parlamentarios hasta alcaldes (el de Rotterdam, Aboutaleb, está llamado a ser el nuevo líder de los socialdemócratas tras el varapalo que, según las encuestas, sufrirá su partido PvdA hoy), desde actores a científicos, desde escritores a presentadores de televisión. Pero pregúntenle a un holandés si tiene un amigo turco o marroquí, y pocos dirán que sí.

Geert Wilders se ha eregido en el portavoz de lo que en Holanda llaman 'el hombre blanco cabreado’. Suele ser un tipo de clase baja o media, enfadado porque los extranjeros le han echado de su hábitat natural, convencido de que los refugiados disponen de más ayudas económicas que él, trabajador toda su vida que cree que los de fuera le quitan el empleo, molesto porque chavales marroquís incordian a su hija cuando va al colegio. Un hombre blanco cabreado que antes solía votar a la izquierda.

SIN TAPUJOS

Tal vez es por eso que en la propia Holanda casi nadie, ni los comentaristas políticos, califican a Wilders como de extrema derecha. Se limitan a lo de populista, el sucesor del malogrado Pim Fortuyn, asesinado poco antes de las elecciones del 2002 por un activista de izquierdas que hace poco recobró la libertad. Fortuyn y Wilders revolucionaron la política holandesa al nombrar las cosas sin tapujos, sin los eufemismos habituales. El programa electoral del PVV de Wilders es un solo folio A4, nada más. Conciso y claro.

Eso atrae a votantes, por supuesto, en un país que es mucho menos tolerante que aquel paraíso de ‘todo permitido’ en que se erigió hace décadas. Aunque en los últimos meses el colchón populista se ha desinflado un poco. En plena crisis de refugiados, Wilders lideraba las encuestas, hoy va segundo. Le perjudica la manera de gobernar de Donald Trump. Un tipo así asusta también en Holanda.

Los ojos de Europa – poco se ha debatido sobre Europa, por cierto, en esta campaña – están fijados en Holanda hoy, en ese auge xenófobo y populista. Wilders obtendrá algo más de los 15 escaños de hace cinco años. Pero aun si llegase a los 20, quedarían 130 repartidos entre las otras muchas formaciones. De hombres blancos no tan cabreados, de inmigrantes, de una mayoría silenciosa y prudente, aunque también confundida e imprevisible: ayer, casi la mitad de los holandeses aún no sabía a quién votar.