La noche de los chiflados
Por una vez, lo emocional se impuso a lo racional en el Camp Nou. No fue un gran partido. Y qué
Eloy Carrasco
Periodista
ELOY CARRASCO
El Barça reconquistó el mundo envuelto en una paradoja: lo hizo el día que menos fútbol tuvo. Una de las victorias más grandes de la historia del club llegó por la vía del esfuerzo y el temperamento, dos propiedades que siempre han estado por debajo de otras y cuya desaparición casi completa fue decisiva en la catástrofe del Parque de los Príncipes. Porque lo más perdurable serán las maravillas técnicas, pero conviene recordar que el Barça de la excelencia, el que comenzó con Guardiola, echó a caminar con una orden del entonces novato técnico. "Habrá que correr", les dijo a los jugadores el día del primer entrenamiento.
Le hemos llamado 'actitud', 'compromiso'
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y otros eufemismos, pero en el fondo es eso: correr (dentro de un orden). Iluminados por el 3-4-3 redentor que habrá de honrar la hoja de servicios de Luis Enrique, había que ver cómo las pequeñas manadas azulgranas inmovilizaban una y otra vez a las atónitas presas del PSG en el Camp Nou, encogidas por los decibelios de un estadio en trance y por la determinación de un rival tan fiero.
INUSITADA EXALTACIÓN
El elemento racional es lo que ha dominado el juego del Barça desde el 2008, pero el miércoles se impuso lo emocional. En eso también fue una noche única. Todos los futbolistas azulgranas agitaban los brazos con inusitada exaltación buscando la complicidad del público, su vocerío, el estruendo. Las compuertas del PSG estaban a punto de ceder y cualquier presión era útil.
Hasta ahora, el Barça siempre había doblegado a los oponentes con el hipnótico cimbreo de sus pases, con un chorro de ocasiones, preludios del martillazo de Messi o Suárez. Ante el PSG, el equipo jugó atropellado, solo chutó diez veces entre los palos y marcó seis goles, tres de ellos a balón parado y uno en propia puerta. Rarezas. El brío gobernó a la filigrana. Técnicamente hablando, no fue un partidazo. Y qué. Al final resultó ser una de las mayores experiencias en la historia del Camp Nou, que no es poco decir. En este mismo estadio, en la misma portería en la que Sergi Roberto mejoró su figura de yerno ideal, 18 años atrás se dio una muy gorda, en aquella final en la que el Manchester United arrebató la Champions al Bayern con dos goles en el descuento. "Este es un deporte de chiflados", resumió Luis Enrique. Cómo echábamos de menos una noche así de loca.
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