Un continente en horas bajas

Europa: una necesidad ineludible

La UE debe ser firme en el cumplimiento de los instrumentos jurídicos por los que se rige, sin miedo a ser menos socios

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EUGENI GAY MONTALVO

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La Unión Europea ha representado el mejor de los esfuerzos por conseguir pacíficamente un marco jurídico y convivencial integrador de los valores acuñados a través de los siglos por los pueblos que la conforman, preservando la cultura y la identidad de todos y cada uno en un esfuerzo común por acomodarse a las exigencias de una comunidad internacional cada día más global. Sus fundadores la concibieron como una necesidad para terminar con las guerras que tanto nos habían desangrado, pero también para crear un nuevo concepto de ciudadanía más allá de los estrechos márgenes de nuestras fronteras; advirtiendo, sin embargo, que ello no podía realizarse de una vez por todas, sino a partir de pequeñas realizaciones concretas sustentadas en unos determinados intereses, pero también en unas ideas y valores que confluyeron en una finalidad común más allá del simple mercado por el que iba a comenzarse. Nadie puede negar seriamente que no haya sido una historia de éxitos. Los logros conseguidos han superado con creces las iniciales expectativas y, a pesar de las distintas crisis por las que se ha atravesado, el resultado en cada uno de nuestros países ha sido altamente satisfactorio y, en ocasiones, incluso espectacular. Baste recordar la realidad española de antes y después de nuestra incorporación a ese proyecto en el que hemos participado, desde entonces, en forma activa.

UNA EUROPA DE LOS CIUDADANOS

De aquellos inicios en los que fueron estableciéndose las bases de un mercado común, se pasó en los años 70 a fijar como objetivo político prioritario una Europa de los ciudadanos o de la ciudadanía más allá de su propia comunidad natural. Fueron creciendo y fortaleciéndose las competencias en materia legislativa y parlamentaria, administrativa y jurisdiccional de sus instituciones, que han intervenido directamente en la armonización de nuestros ordenamientos jurídicos y de nuestra propia jurisprudencia. No existe prácticamente ningún ámbito en el que no intervenga la Unión y condicione la soberanía de los países que la integran; así, el mercado, la banca, protección de consumidores, sanidad pública, agricultura, ganadería, pesca, alimentación, transporte y sus infraestructuras, telecomunicaciones, energía, cooperación al desarrollo, política industrial, educación, cultura, investigación y desarrollo, política social, seguridad, medioambiente, solo por citar algunas.

LOS MOVIMIENTOS DE POBLACIÓN Y LA CRISIS

¿Cómo, entonces, hoy existen movimientos políticos que años atrás resultaban inimaginables? ¿Cómo esas ganas de separarse de un proyecto común y  solidario para regresar a los pequeños ámbitos de nuestras fronteras, cuya desaparición había permitido la integración de comunidades culturales, lingüísticas e incluso nacionales separadas por convenciones nacidas de hechos de guerra o, incluso, de compraventa entre Estados?

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Ciertamente, dos factores han sido determinantes en esta deriva en la que determinados movimientos políticos demandan el regreso a la situación anterior e, incluso, la “independencia” de Europa. El primero de ellos, sin duda, ha sido su propio éxito, pues a Europa han acudido, primero por necesidad de nuestros países y, luego, por necesidad de ellos, infinidad de extranjeros para cubrir puestos de trabajo que fueron necesarios y que permitieron el desarrollo de nuestra economía y del Estado del bienestar, y que no siempre han sido bien asimilados ni favorecida su integración. En segundo lugar, la última crisis económica provocada fuera de nuestro continente tuvo repercusiones fatales para Europa, que, teniendo una moneda propia y única, careció de un Estado que la pudiera defender. De un simple repaso de la situación de la evolución económica del mundo podemos observar como nuestra región salió especialmente perjudicada mientras que otras, sin duda, resultaron beneficiadas.

LIBERTAD E IGUALDAD MEDIANTE EL DESARROLLO

El estallido de las últimas guerras en la ribera sur del Mediterráneo, el terror sembrado en esos países y el terrorismo que ha afectado a los nuestros han provocado también una crisis internacional que se ha sentido especialmente en Europa. La avalancha de inmigrantes y refugiados, por un lado, y un resentimiento hacia los mismos, por el otro, unido a la crisis, han despertado sentimientos de insolidaridad, miedo a lo desconocido y regreso a situaciones anteriores que se habían superado, pues se estaba avanzando en el sentido lógico de la historia en la constante lucha de las personas por la libertad, la igualdad y la solidaridad que solo el desarrollo puede traernos.

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Los movimientos centrífugos de Gran Bretaña, Hungría y Polonia son, sin duda, preocupantes. Ante ellos, no cabe sino firmeza en el cumplimiento de los instrumentos jurídicos por los que nos regimos, sin miedo a ser menos socios, pero sin retroceso en los pasos dados en la construcción de Europa. Para ello, se ha de acometer con urgencia la culminación del proyecto europeo y esforzarse en una política exterior única para que sea eficaz y creíble; así, como por una política financiera y tributaria común controlada por el Parlamento Europeo, que ha de tener como finalidad el fortalecimiento del Estado de bienestar, incentivando, en todo caso, la iniciativa privada y la libertad de empresa como motores de la economía productiva, sin olvidar nunca la necesidad de una política común de defensa.