La clave

Al menos, no lo llamen democracia

El independentismo mancilla la democracia que tanto pregona al querer aprobar la desconexión a lomos del caballo de Pavía

Reunión de la mesa del Parlament

Reunión de la mesa del Parlament / periodico

ENRIC HERNÀNDEZ

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Un diputado pide la palabra. La presidenta del Parlament, complaciente, se la concede. Propone someter a debate y votación una o varias proposiciones de ley que no han podido analizar –y mucho menos enmendar– ni la mesa, ni los servicios jurídicos ni, por supuesto, la oposición. Dos grupos, en nombre de menos de la mitad del electorado, bendicen la artimaña. Con gran estrépito, pero en apenas un par de horas, el legislativo declara la independencia, aprueba las leyes fundacionales de la nueva República y convoca el referéndum unilateral que deberá validarlas.

Con la misma apariencia de legalidad con que se adjudican obras públicas y se cobran millonarias mordidas, fingiendo que unas y otras no guardan relación alguna, el independentismo pretende proclamar la secesión que el 52% de los catalanes rechazaron en las urnas. Lo hace conculcando no ya esa Constitución de la que tanto reniega o ese Estatut por cuyo recorte decía dolerse; lo hace corrompiendo los pilares de esa democracia con la que se llena la boca mientras con saña la mancilla.

Adiós a las promesas de transparencia que los líderes de Junts pel Sí declamaban en la campaña electoral del fallido plebiscito. Olvídense del proceso de participación ciudadana que iba a legitimar la hipotética Constitución catalana. Se impone la astucia, la pillería. Ocultemos en un cajón las leyes de desconexión. Reformemos el reglamento para poder aprobarlas a lomos del caballo de Pavía. Proclamemos la República con el voto de menos diputados que los exigidos para reformar el Estatut. Eventualmente, blindemos la impunidad de los miembros del Govern, presidenciables incluidos, endosando al Parlament la convocatoria del referéndum ilegal, a ver si el Estado tiene lo que hay que tener para inhabilitar a 72 diputados. Y así todo.

JUEGO SUCIO

Todo vale con tal de provocar una respuesta coercitiva del Estado, cuanto más virulenta, mejor. Un penalti en el último minuto que encolerice a la afición y ahorre al independentismo el naufragio electoral. En este conflicto ningún bando tiene el monopolio del juego sucio, pero al menos que quienes lo practican no lo llamen democracia.