Al contrataque
Proust tiene prisa
Ver al joven Proust en movimiento es como haber encontrado una grabación de Tutankamón jugando al senet o de Casanova ligando en una taberna
Milena Busquets
Escritora
MILENA BUSQUETS
Hace unos días, un estudioso canadiense descubrió las primeras imágenes filmadas del escritor Marcel Proust. Se trata de un breve vídeo de 1904 de la comitiva nupcial de Elaine Greffulhe, hija de la condesa Greffulhe, descendiendo la escalinata de una iglesia en París.
Marcel Proust es, según mi opinión, muy discutible, por supuesto, el mejor escritor del siglo XX y el segundo mejor escritor de la historia después de Shakespeare. No hay más allá de Proust, del mismo modo que no hay más allá de Shakespeare. Si resulta que en alguno de esos planetas lejanos que han descubierto hay vida, como tarjeta de visita deberíamos mandarles las obras de estos dos autores, en ellas está la experiencia humana en su totalidad, no hay más, el resto es silencio.
Para mí, ver al joven Proust en movimiento es como haber encontrado una grabación de Tutankamón jugando al senet o de Giacomo Casanova ligando en una taberna. Bueno, en realidad es más importante, ya que ninguno de estos dos personajes escribió En busca del tiempo perdido.
LIGEREZA Y FELICIDAD
En la grabación, Proust (¡Proust!) baja ligero las escaleras. Algunos escritores y algunas personas van cargados con su propia importancia, incluso cuando lo disimulan, ves en cada movimiento, en cada gesto y en la mirada el peso que desearían que tuviera. Ambicionan más el peso (de la fama, de las medallas, del reconocimiento) que la ligereza. Confunden peso con profundidad. Ni siquiera sus chistes o sus bromas son ligeros, porque también ahí tienen que demostrar lo brillantes y leídos que son.
Proust (¡Proust!) baja las escaleras a toda pastilla, como una gacela un poco patosa, sus extremidades parecen flotar, sueltas y deslavazadas como si acabasen de abandonar la adolescencia. Me parece que sonríe un poco. Quiero que sonría un poco. Va vestido de gris perla y su bombín está perfectamente ladeado.
La sensación es de felicidad, de ligereza, de velocidad, de juventud. Las escaleras se tienen que bajar a toda pastilla mientras el cuerpo aguante. Se puede adivinar la edad de alguien por el sonido que hacen sus zapatos al bajar las escaleras. Y si bajas las escaleras como un viejo, da igual la edad que tengas, es que eres un viejo. En cambio, los niños, tan perfectamente afinados con el latido de la vida, prefieren deslizarse (o soñar que se deslizan) por una barandilla. La juventud no está en la mirada, está en las piernas.
Proust baja las escaleras como alguien a quien le gustan la vida y sus semejantes. Hace sol, acaba de asistir a una boda, va bien vestido y lo sabe, y tiene prisa por llegar a algún sitio todavía más agradable que una boda en París. Proust ha quedado con alguien. Yo le espero.
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