Eva Vica: "No hago voluntariado, cobro por ofrecer placer"
Compagina su trabajo de educadora social con servicios sexuales a discapacitados físicos y psíquicos.
Núria Navarro
Periodista
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Eva Vica (Barcelona, 1986), educadora social, trabaja en una residencia para personas mayores con discapacidad intelectual. Acostumbrada a los cuerpos "abyectos" –que así los define, sin cosmética–, esos que se esconden porque ofenden al canon de la normalidad, hace un par de años se enteró de la figura de la asistente sexual de discapacitados. Probó y, desde entonces, hace un par o tres servicios por semana.
Una asistente sexual no es una prostituta. Para mí no hay diferencia.
Algunas colegas suyas defienden la diferencia. Eso tiene que ver con el estigma de puta. Yo no hago un voluntariado, ni un acto de altruismo. Cobro por ofrecer placer. Es prostitución. Solo que en el trabajo sexual hay especialidades, y la mía requiere un conocimiento de la logística, saber cómo movilizar a una persona que igual pesa más que yo, conocer las ayudas técnicas como la sonda gástrica, la mascarilla de oxígeno o la colostomía.
A la mayoría nos repelería. Porque no están acostumbrados, simple y llanamente. Como no lo estaba yo, ¿eh? El primer día que trabajé como educadora social me impactó la visión de personas a las que se les caía la baba, que gritaban y hacían movimientos estereotipados.
¿Puedo preguntar por el primer día como asistente sexual? ¡Llegué a pensar que tenía que haber pagado yo al señor! Era un invidente de nacimiento que no tenía ninguna dificultad para relacionarse a nivel íntimo.
No todos sus clientes son así. No. Una cosa es alguien con discapacidad física únicamente, que decide lo que quiere, y otra, la persona incapacitada judicialmente que no tiene autodeterminación.
Póngame un caso... extremo. El de una persona con una lesión medular causada por un accidente que le afecta la movilidad y la cognición. No por estar postrado y no poder hablar deja de sentir.
Tiene poco margen. No tener una erección no es una condena a no disfrutar del sexo. El sexo va más allá de la genitalidad. Está en el cerebro. Es cuestión de empatía, paciencia y tacto.
¿Y simultanea el empleo de educadora y el de prostituta? Sí. No puedo dejar mi empleo de educadora social porque una asistente sexual no tiene derechos laborales. En otros países es un servicio regulado y subvencionado por el Estado, aunque es el Estado quien define los requisitos para optar al servicio.
¿Qué requisitos son esos? No entra el coito. El asistente se limita a hacer lo que la persona haría con su cuerpo si no necesitara de la ayuda de otro. El autoerotismo, por ejemplo. Eso se puede reivindicar como un derecho humano, pero yo defiendo el poder acceder al cuerpo del otro.
¿Al suyo? Sí.
Placentero no debe de resultar. Claro que sí. Para mí no son sujetos pasivos. Yo les hago trabajar.
¿A qué dice 'no'? (…) A determinadas complicaciones higiénicas y, sobre todo, cuando no se respetan los acuerdos a los que hemos llegado en la entrevista previa. A veces es complicado, no por el servicio en sí, sino por la familia, que es quien contrata y se siente con derecho a decirme cómo lo tengo que hacer, a preguntar detalles que me incomodan. Me he llegado a encontrar discutiendo con la persona implicada, la psicóloga y la educadora.
¿Y todo esto por 100 euros el servicio? Sí.
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