EL PRIMER MES DEL MAGNATE EN LA CASA BLANCA
Trump y Selina Meyer
Las decisiones de Trump quizá no se sostengan ni gramaticalmente, pero conviene no olvidar que detrás hay un proyecto político que no es un chiste
Joan Cañete Bayle
Subdirector de EL PERIÓDICO.
Periodista y escritor. Transición digital y audiencias. Entre otros trabajos, ha sido corresponsal en Jerusalén y Washington DC. Autor de las novelas 'Expediente Bagdad' (junto a Eugenio García Gascón) y 'Parte de la Felicidad que Traes', y del ensayo sobre el conflicto palestino-israelí 'Muros, bosques, tumbas: Un periodista en Jerusalén'
JOAN CAÑETE BAYLE
Es muy difícil dado el perfil de personaje, pero si hubiera que elegir tan solo una imagen que resuma el primer mes de Donald Trump en la Casa Blanca tal vez sería la de Ivanka Trump feliz como una colegiala sentada en el Despacho Oval junto a su orgulloso padre y el primer ministro de Canadá, Justin Trudeau. En la imagen, Trump e Ivanka parecen dos turistas a los que han permitido colarse en ese despacho que aparece en tantas pelis (desde ‘Mars Attack’ hasta la de los Simpson) y tomarse unas fotos para colgarlas en su Facebook. El único con aire presidencial en la foto es Trudeau, y no es (tan solo) por su innegable planta, sino por la comparación. La foto recuerda a las que, por ejemplo, puedes hacerte en el Museu del Barça junto a una réplica del trofeo de la Champions: por mucho que lo levantes, nunca serás Messi.
La sospecha de que Trump es un arribista de ignorancia kamikaze, un aficionado que no tiene ni la más remota idea de lo que está haciendo ni para qué sirve ese maletín con un botón rojo en su interior, se ha visto confirmada con creces en su primer mes de mandato. Trump recuerda en muchas cosas a la Selina Meyer de la serie ‘Veep’, magistralmente interpretada por Julia Louis-Dreyfus: caprichosa, ignorante, egocéntrica, manipuladora, en guerra perpetua con los medios, perfectamente capaz de crear tanto una crisis constitucional como un altercado internacional en el tiempo que tarda en redactar un tuit. Como con Selina, nadie logra entender qué hace ese tipo en la Casa Blanca; como hace Selina en un capítulo, es perfectamente creíble imaginarlo acariciando el escritorio del Despacho Oval cual tesoro de Gollum; como Selina, su ineficacia solo parece ser superada por la incompetencia de su equipo; si no fuera porque es peor madre que presidenta, en la serie encajaría a la perfección una escena en la que Selina sienta a su hija en la butaca del Despacho Oval y se fotografía, sonriente, junto al primer ministro de Canadá.
NI PUÑETERA GRACIA
Pero, a diferencia de Selina, Trump no hace ni puñetera gracia. Selina es post-ideológica en su ignorancia y en su ambición, ni izquierda ni derecha, ni demócrata ni republicana, ni conservadora ni progresista, tan sólo ombliguista. Trump tal vez también, pero al presidente lo sostiene un proyecto ideológico que lleva años larvándose, que usa a Trump tanto como Trump lo usa a él. Es el proyecto ideológico ultraconservador que primero tomó las ondas (los Rush Limbaugh) y el cable (Fox News), que se convirtió en doctrina electoral con Karl Rove, que se corporizó en Sarah Palin, que se aglutinó en el Tea Party, que arrasó el viejo conservadurismo de ‘establishment’ del Partido Republicano. Es un proyecto de extrema derecha, judeo-cristiano y patriarcal (Steve Bannon dixit), irracional, impermeable a los hechos, blanco, con tendencias racistas y supremacistas. La Casa Blanca puede ser un caos, las órdenes presidenciales tal vez sean insostenibles desde un punto de vista jurídico, los discursos y los tuits y las decisiones de Trump quizá no se sostengan ni siquiera gramaticalmente, pero hay un proyecto detrás, conviene no olvidarlo.
Un proyecto con el que congrega una gran mayoría del movimiento conservador y una gran parte del actual Partido Republicano, el mismo que es imprescindible para ese ‘impeachment’ con el que medio mundo sueña. Conviene no minusvalorar la capacidad de este proyecto político de gobernar y de cambiar políticas que se daban por inamovibles ni sobredimensionar la incomodidad que le genera al Partido Republicano. Tradicionalmente despreciados por las élites políticas demócratas (y también las republicanas), sus impulsores han llegado a la Casa Blanca desde la periferia más extrema de la política estadounidense y, a diferencia de Ivanka, no tienen la intención de perder el tiempo con selfies en el Despacho Oval. Su intención es incendiarlo.
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