Nuevas formas de control

El robo del tiempo

El trabajo nos sobrepasa, y la tecnología, contrariamente a lo que se preveía, ha prolongado la jornada laboral

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ÁNGELES GONZÁLEZ-SINDE

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Cuando un bien cultural es destruido o arrancado del lugar al que pertenece, se dice que es un expolio. Cuando lo que nos arrebatan es el tiempo, no hay término en el Código Penal. Será por eso que el nuevo capitalismo, el neoliberalismo y la globalización se han puesto de acuerdo para expoliarnos precisamente eso: el tiempo.

RAZONES ESTRUCTURALES

El trabajo y las obligaciones nos sobrepasan. Como dicen algunos «no me da la vida». Tanta es la prisa y la sensación de que no cunden las horas del día, que ha surgido una industria paralela, la de la calma: yoga, meditación, spas, terapias varias. En España, tres marcas de ansiolíticos están entre los diez medicamentos más recetados. ¿Y por qué no nos da de sí la vida? Nos echamos la culpa a nosotros mismos, nos decimos que no sabemos organizarnos. Responsabilizamos a la ciudad demasiado grande, a nuestro piso demasiado alejado, al bus muy lento, a nuestro jefe que impone su torpe forma de trabajar, pero las razones no son individuales, sino estructurales.

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Se calcula que un profesional en el siglo XIX trabajaba unas 20 horas a la semana. Con el avance de la tecnología, en lugar de disminuir como preveían los teóricos, las jornadas han aumentado exponencialmente. Con razón el tiempo no cunde. Pero la acuciante sensación de que en nuestra agenda no cabe tanto se agudizó en los últimos 10 o 15 años. ¿Se han dado cuenta de lo complicado que es organizar una reunión de amigos? Todo el mundo está liado, coincidir en día y hora es un milagro. ¿Qué ha cambiado? Principalmente nuestra manera de trabajar. La crisis ha sido la razón o la excusa para que muchos trabajadores que eran fijos fueran externalizados, convirtiéndose en autónomos. Paralelamente, el que intenta sortear el paro no puede vivir con un solo empleo precario y mal remunerado, tiene que compatibilizar varias pequeñas tareas, cada una con sus horarios. Las empresas recortaron personal, apretaron los márgenes y nos obligaron a pisar el acelerador llamándolo eficiencia y competitividad. «Todo cuesta más esfuerzo», me dice una amiga. Natural, está haciendo el trabajo de tres, pero ¿puede quejarse? No se atreve, sabe el frío que hace fuera y que su empleo, si lo rechaza, será de otro. El concepto de horario es relativo y la disponibilidad del trabajador, gracias a la conectividad, ha de ser total, como nuestra entrega a la empresa. Además, ese anhelado puesto de trabajo, aunque en el contrato ponga que es indefinido, estará sometido a innumerables vaivenes a lo largo de nuestra carrera y es altamente improbable que donde fichamos hoy sea donde nos jubilemos mañana. Tanta flexibilidad nos está volviendo locos.

GENTE SENCILLA DE MANEJAR

Es lo que sociólogos y antropólogos llaman expropiación del tiempo. Y tiene consecuencias nefastas para la gente y fenomenales para la patronal. Quien no puede planificar porque no tiene certezas sobre lo que hará y a qué hora terminará, no puede ser dueño de sus acciones. Gente que corre de un lado a otro es bastante más sencilla de manejar. Asimismo, quien no tiene rutina ni repetición difícilmente coincidirá en espacios y tiempos con otras personas con las que conversar, pensar, actuar. Se han perdido ocasiones de encuentro, han crecido las obligaciones familiares y domésticas, pero ha menguado la ayuda. Incluso hay otra industria que se encarga de organizarnos el poco tiempo libre que tenemos, la del ocio. Vacaciones y actividades están programadas y diseñadas para sacar jugo a esas horas y rentabilizarlas como mercancía.

CONVERSAR ES POTENCIALMENTE SUBVERSIVO

Pero el tiempo de libre disposición es una herramienta imprescindible para avanzar como personas y como sociedad. Cuando no tenemos tiempo, sale perdiendo la vida en común, el confluir con otros, perdemos de vista lo colectivo, el disfrute y la participación ciudadana. Como explica el historiador colombiano Renán Vega Cantor, «la democracia se ahoga por falta de tiempo».

Y es que para hacer la revolución, incluso las pequeñas, las personales, hacen falta tardes libres. La conversación, la cháchara, compartir sin límite experiencias y opiniones, es potencialmente subversivo, como bien saben los dictadores que limitan la libre asociación. Si no hablas con otros, crees que lo que te ocurre es algo excepcional, que eres, incluso, un vago que se queja por trabajar. Expropiar el tiempo a la población es un arma de desactivación social de primer orden. Lo han señalado muchos pensadores en la historia reciente. Lo más valioso que tenemos no es el dinero en el banco, es el tiempo, y ni siquiera somos conscientes de que nos lo han arrebatado.