Al contrataque
Natalia Ginzburg
Tuvieron que pasar casi 30 años para que me decidiera a leer a la autora italiana, la única de la que me sé frases enteras de memoria
Milena Busquets
Escritora
MILENA BUSQUETS
Nunca seguí demasiado los consejos literarios (ni de ninguna otra índole) de mi madre. Yo no era muy dada a seguir consejos, y ella, por su parte, no era muy partidaria de darlos. Y sin embargo, recuerdo su insistencia en que leyese Querido Miguel de Natalia Ginzburg, cuya primera edición en España publicó ella en Lumen en 1989 con una preciosa traducción de Carmen Martín Gaite.
Naturalmente, no le hice caso. Tuvieron que pasar casi 30 años para que me decidiese a leer a Natalia Ginzburg. A Ginzburg la amas sin saber exactamente por qué, que es como funcionan todos los grandes amores, que nunca son una lista de méritos y de virtudes sino más bien un amasijo de fragilidades y de carcajadas y de saber exactamente cuándo tienes que rozar el codo del otro (tan levemente que solo él se dará cuenta) para que siga respirando.
Natalia Ginzburg es el único autor del que me sé frases enteras de memoria, nadie escribe con más delicadeza. Ha pasado un poco de moda la delicadeza, nos hemos acostumbrado a vivir y a escribir con altavoces, a golpes de efecto. Natalia Ginzburg escribe con pincel fino. Y sin embargo, es lo opuesto a la humildad, todo lo que escribe es de una rotundidad absoluta. Es una escritura incorruptible, hermética, no hay ninguna grieta, no hay guiños. En este sentido me recuerda mucho a Thomas Bernhard. Ojalá se hubiesen conocido. Estoy segura de que desde sus océanos tan distintos y tan hondos se hubiesen adorado. Planea además sobre toda su obra una elegancia absoluta que, como es siempre el caso con la verdadera elegancia, tiene mucho más que ver con la buena educación, la cultura y la inteligencia que con las mundanidades y el glamur.
LA PRUEBA DE LA SONRISA
Tengo un amigo científico que es, además, uno de los mayores expertos en perfumes del mundo. Un día, estábamos hablando de cómo saber si un perfume te gusta de verdad. Y Luca me dijo: «Si al olerlo se te escapa una sonrisa, es que el perfume es para ti». Y yo le dije: «Con los hombres pasa lo mismo, y con algunos libros». Nada de carcajadas, nada de piel de gallina, nada de empezar a sudar o de sentir que te vas a desmayar, una sonrisa muy pequeña y una cierta inmovilidad, esa es la señal. Y eso es lo que ocurre con Ginzburg. De repente, aunque veas perfectamente, tienes ganas de ponerte gafas para ver todavía mejor.
Si algún día, como predijo Ray Bradbury en Fahrenheit 451, se queman todos los libros y nos convertimos en la memoria viviente de la literatura, yo me postularía para memorizar las obras de Natalia Ginzburg y montaría reuniones en el bar y en mi casa, para recitárselas en voz baja a quien quisiera escucharlas. Mientras tanto, vayan corriendo a la librería.
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