Las promesas sociales incumplidas de Maastricht

La ciudad holandesa de Maastricht, que dio nombre al Tratado.

La ciudad holandesa de Maastricht, que dio nombre al Tratado. / periodico

ELISEO OLIVERAS

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El Tratado de Maastricht, firmado el 7 de febrero de 1992, cumple 25 años con balance mitigado debido al elevado coste social de las rigideces en la política económica que institucionalizó, a las carencias estructurales de la unión monetaria que creó y al insuficiente avance en las políticas comunes en Asuntos Exteriores, Defensa e Interior.

El Tratado de Maastricht transformó el mercado común en un embrión de unión política, la Unión Europea (UE), y creó una moneda común, que debía impulsar un sentimiento de identidad europea entre los ciudadanos, como afirmaron en 1999 el ex canciller alemán Helmut Kohl el actual presidente de la Comisión Europea y entonces primer ministro de Luxemburgo, Jean-Claude Juncker.

El euro, una moneda estable que utilizan diariamente 340 millones de personas y que confiere a Europa una seguridad y una independencia monetaria en un mundo globalizado, es el mayor éxito del Tratado de Maastricht, coinciden la mayoría de los economistas europeos. Pero incumplió su compromiso de "elevado nivel de empleo y protección social, creciente nivel y calidad de vida y cohesión económica y social"  de su artículo 2.

Los desacuerdos sobre los refugiados en la actual crisis migratoria y la insuficiente cooperación e intercambio de información entre los servicios de seguridad e inteligencia europeos que evidenciaron los sucesivos ataques terroristas son ejemplos de los limitados avances en la política común de Interior, a pesar de las posibilidades aportadas por los tratados de Ámsterdam (1977), Niza (2001) y Lisboa (2007).

Carencias en Exterior y Defensa

La UE tampoco ha logrado desarrollar hasta ahora una auténtica política Exterior y de Defensa común. Pese a contar con una 'ministra' europea de Asuntos Exteriores, Federica Mogherini, las cuestiones clave son decididas directamente por los grandes estados, como mostraron Alemania y Francia con los Acuerdos de Minsk para contener la guerra civil en Ucrania. La disparidad de intereses nacionales y la ausencia de un interés común europeo, ha condenado a la UE a vaivenes o a la parálisis, como en la guerra civil siria, o a profundas fracturas, como en la invasión de Irak. Esto ha limitado la acción exterior de la UE al mínimo común denominador y le ha restado capacidad de influencia.

Las políticas económicas institucionalizadas con el euro y su desmedido coste social tras la crisis financiera del 2008 con la política de austeridad han debilitado el respaldo ciudadano a la UE y han acentuado la fractura entre los países del norte (Alemania, Holanda, Austria) y del sur (Francia, Italia, España). La pérdida de control político del ciudadano sobre las decisiones tecnocráticas y los enormes costes sociales en forma de desempleo, precariedad, pérdida de poder adquisitivo y empobrecimiento alimentan el auge electoral euroescéptico y de extrema derecha.

El impacto de la austeridad

La crisis financiera hizo patentes las debilidades de la unión monetaria diseñada en Maastricht que no estaba respaldada por una unión política federal, ni contaba con un presupuesto común adecuado, ni una red financiera de salvamento, ni mecanismos de redistribución social, ni un sistema de reequilibrio económico interno para evitar superávits excesivos por la balanza de pagos por cuenta corriente en un país (en Alemania supera el 8% de PIB). La política de austeridad, con un impacto de los ajustes mucho mayor del estimado, no sólo causó una recesión adicional en la eurozona, sino que debilita la recuperación y ha recortado de forma permanente su crecimiento potencial, señalan los estudios de Oliver Blanchard del FMI y Lawrence Summers de la Universidad de Harvard.

El límite de déficit público del 3% del PIB es arbitrario y sin base objetiva, han señalado desde premios Nobel, como Joseph Stiglitz, a numerosos economistas, como Charles Wyplosz del Instituto de Altos Estudios Universitarios de Ginebra. El tratado y el pacto de estabilidad son una institucionalización del modelo alemán con un Banco Central Europeo (BCE) que no tiene el crecimiento, ni el pleno empleo entre sus objetivos prioritarios, a diferencia de la Reserva Federal de EEUU. Por ello, no sorprende que Alemania sea la principal beneficiaria del euro, como destacan Emmanuel Devaud, director de estudios de la Cámara de Comercio de París, y Wolfgang Streeck, del Instituto Max Planck: gracias a un euro subvalorado para los costes de la economía alemana y sobrevalorado para los costes de sus competidores europeos, la economía alemana funciona muy bien con crecientes superávits comerciales.