Jugando con fuego en París

François Fillon, candidato de la derecha en la carrera al Elíseo, ayer al salir de su casa en París.

François Fillon, candidato de la derecha en la carrera al Elíseo, ayer al salir de su casa en París.

RAMÓN LOBO

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El católico ultraliberal y thatcherista François Fillon, candidato a la presidencia de Francia por Los Republicanos -los gaullistas de toda la vida-, huele a cadáver político. El semanario 'Le Canard Enchaine' informó de un caso que salpica a su mujer, Penélope Fillon, que habría recibido 831.000 euros de dinero público como asistente de su marido. La fiscalía investiga también a los hijos; en su caso serían 80.000 euros. En Francia no es ilegal ni está mal visto que un diputado contrate a familiares: lo hacen 115 de los 577 parlamentarios actuales. Lo grave es que al parecer no realizó trabajo alguno, ni siquiera envió un e-mail. Estaríamos hablando de corrupción.

El cuadro es tan poco francés que parece español: el afectado se niega a dimitir, habla de conspiración en su contra, tilda las informaciones de misóginas pero no permite que su mujer se explique. Se aferra al hecho de que ganó las primarias de su partido a dos de los santones de la derecha, Nicolás Sarkozy y Alain Juppé, que ya andan agitando las bambalinas por si les fuera posible reengancharse.

El problema es que no hay plan B y si lo hubiera, que el partido elija otro candidato si dimitiera Fillon, nace malherido, con tufo de componenda.

Los líos financieros de quien fuera primer ministro con Sarkozy serían un asunto local si no existiera un contexto tan alarmante: 'Brexit' en Reino Unido, Donald Trump en la Casa Blanca y unas encuestas que auguran la victoria en primera vuelta de Marine Le Pen, lideresa del xenófobo y anti europeo Frente Nacional. Fillon no solo juega con su futuro político, está poniendo en riesgo los de Francia y la Unión Europea. El 61% de los franceses cree que debe dimitir, según el sondeo de Odoxa.

ANTES DEL ESCÁNDALO

Antes del escándalo, el escenario asumido era el siguiente: Le Pen gana la primera vuelta el 23 de abril pero sin mayoría absoluta; debe ir a una segunda el 7 de mayo. En eso ya mejoraría a su padre que pasó a la final como segundo en 2002, un hecho que conmovió al país y forzó al espectro democrático a votar a Jacques Chirac, que obtuvo el 82,2% de los votos. Chirac era un producto corrupto de la casta. En eso Fillon viene con el currículo hecho. Puede que no suceda dos veces.

Si ganara Marine Le Pen en abril, se da por seguro que el segundo se convertiría en presidente de Francia en mayo con unos porcentajes más ajustados que en 2002. Fillon ocupaba ese segundo lugar. Si se hundiera en los sondeos, como está sucediendo, el beneficiado sería Emanuel Macron, de 38 años. De él no se sabe casi nada: qué piensa, qué propone. Fue fugaz asesor y ministro de Economía de François Hollande y trabajó con los Rothschild, quizá por eso algunos lo sitúan en el centro. Tiene la inquina de derechas e izquierdas. Es un misterio, un actor que cotiza alto, y tal vez hinchado, en las encuestas. Es un caso similar al de Albert Rivera en España.

Tampoco hay que descartar una gran sorpresa: que el candidato socialista, Benoît Hamon, logre pasar a la segunda vuelta. Los sondeos son en este momento muy negativos para el Partido Socialista. El presidente Hollande se autodescartó para evitar una derrota. No así el ambicioso Manuel Valls, una especie de Sarkozy de la izquierda. Hamon le ganó en las primarias con un discurso socialdemócrata de los de  antes, es decir, de peligroso populista en los tiempos que corren. Hamon no tiene tiempo para repetir la remontada que ha vivido con los socialistas.

EL CARISMA DE LE PEN

Marine Le Pen es inteligente y carismática; lleva años moderando su discurso con el objetivo de hacerse presentable para muchos sectores. Ha seducido al obrero que votaba al Partido Comunista Francés, a los que han perdido con la globalización. Como Trump, Marine representa la ruptura del 'estatus quo', un puñetazo en la mesa.

Más allá de las consecuencias, debemos tener en cuenta que el 'estatus quo' lo componen los Fillon, los Durão Barroso y las puertas giratorias en España que ayudan a proteger a los amigos. Hablamos de políticos que se declaran liberales, hinchas de la iniciativa privada y que no dejan de mamar de la teta del Estado.

Cualquier opción es mala, pero hay una que es la peor: que Fillon resista, no dimita y pase a la segunda vuelta. Lo de la mano larga de Chirac lo comprobamos después, cuando llegaron las pruebas y las imputaciones. Lo de Fillon lo sabemos ahora. Colocar a un electorado enfadado ante la disyuntiva de elegir entre un corrupto sin carisma y una demagoga con carisma sería jugar con fuego. La gente está harta del mal menor.