LA BURBUJA INMOBILIARIA

Vivienda en el monocultivo turístico

La regulación de pisos turísticos y los intentos de limitar los precios del alquiler son medidas necesarias pero insuficientes

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IOLANDA FRESNILLO

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Hace tan solo unos años, pocos cuestionaban los impactos positivos del turismo en la ciudad de Barcelona. Vienen turistas, se genera crecimiento económico, empleos, ingresos para las arcas públicas y una buena imagen de la ciudad por todas partes. La 'marca Barcelona' era equivalente de éxito incuestionable. O casi incuestionable. Algunas ya alertábamos de los problemas de gentrificaciónmasificación en algunos espacios de la ciudad, incremento de los precios de la vivienda, o precarización laboral del sector. Porque no, no es un problema nuevo. Pero el cuestionamiento del modelo era cosa de minorías antisistema. Hoy nadie niega los impactos negativos del monocultivo turístico en la ciudad.

Hasta hace pocos años, la respuesta del Gobierno municipal ante esta realidad había sido prácticamente inexistente, cuando no de negación del problema. Con la entrada de Barcelona en Comú en el Ayuntamiento, muchas vimos una oportunidad para afrontar de forma definitiva la cuestión. Aquellas que habían protestado en la calle contra la 'marca Barcelona' ahora gobernaban la ciudad. Ahora vemos que, además de oportunidad, es un reto de grandes dimensiones. 

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Las políticas de regulación de los alojamientos turísticos, como el recientemente aprobado Pla Especial Urbanístic d’Allotjaments Turístics (PEUAT), el incremento de las inspecciones para detectar apartamentos turísticos sin licencia, los intentos de limitar los precios de los alquileres (frustrados por la falta de voluntad de la Generalitat), o una política expansiva de vivienda pública, son iniciativas necesarias. Pero resultan insuficientes.

Poco sabemos de cómo se distribuyen los beneficios del turismo. Y mucho menos de las externalidades del modelo, impactos negativos, no solo a nivel de vivienda o gentrificación, sino en ámbitos como el comercio local, el medioambiente o las condiciones laborales. No nos hemos ocupado de analizar, en profundidad y de forma rigurosa, ni estos impactos ni las alternativas posibles al modelo económico para la ciudad.

Y esta sería precisamente una de las urgencias. Para romper con el monocultivo turístico, un nuevo modelo económico para la ciudad. Necesitamos evaluar cómo, a través de la inversión pública, las dinámicas de consumo de la ciudadanía o la tributación municipal, se puede impactar en la evolución del sector productivo, promoviendo actividades que generen empleo de calidad a la vez que revitalicen y diversifiquen la economía de la ciudad. Propuestas que nos permitan avanzar en la transición hacia un modelo económico más eficiente energéticamente y sostenible ecológicamente.

Un modelo que no se limite a seleccionar sectores punteros, innovadores o estratégicos, sino que se plantee como cubrir las necesidades de la población, rompiendo el monopolio de los servicios y abordando una necesaria nueva mirada a la agricultura y la industria, y su relación con la ciudad. Un modelo en el que los valores de la economía cooperativa, social y solidaria no sean una anécdota, sino que se sitúen en el centro del modelo económico.

Es fácil decir que necesitamos otras opciones frente al turismo, pero sin trabajar y analizarlo rigurosamente, difícilmente encontraremos las alternativas al modelo Barcelona.