IDEAS

'La la land', un antidepresivo en imágenes

Ryan Gosling y Emma Stone, en un evocador fotograma de 'La ciudad de las estrellas (La La Land)'.

Ryan Gosling y Emma Stone, en un evocador fotograma de 'La ciudad de las estrellas (La La Land)'. / periodico

JOSEP MARIA POU

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¿Hay algo más que decir de 'La la land', la película que está en boca de todos? Voy a intentarlo, sumándome al coro que no cesa. Ahí va, sin rodeos, mi opinión, sincera y desapasionada (creo).

A mi juicio el éxito de la película reside en eso que desde tiempos inmemoriales viene llamándose la “obra bien hecha” y que nadie sabe en qué consiste exactamente. Analizados los ingredientes por separado, encuentro algunos que me disgustan, bastantes que me repiten y otros de los que nunca prescindiría, ya en plato dulce o salado, pero el resultado final, hay que reconocerlo, es miel para el paladar, pura 'delicatessen'. ¿Entonces? Ahí esta el milagro. Mejor aún, ahí esta el genio. En la elaboración, en la mezcla, en el probar y arriesgar, en lo nunca hecho y en lo demasiado visto, en el amasar y no parar. El plato servido es, entonces, único, singular, pura sorpresa. 

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La película es algo así como un milhojas de los que yo merendaba en La Flor y la Nata del viejo Madrid; capa a capa, un sabor distinto: una capa de Minnelli y una capa de Demy; una capa de Gene Kelly y una de Fred Astaire, una de cine indie y otra de MGM. Puro hojaldre cinéfilo. Y, por si algo faltara, una capa de azúcar y una de angostura, una de realismo social y otra de escapismo, una de jazz y otra de swing con alas. De esta manera, cada espectador encuentra, en el conjunto, la capa que le apetece, la de la confesa -o inconfesa- adicción, la del placer íntimo y personal.

Y luego, por si algo faltara, la felicidad. Uno sale del cine feliz; no sé si optimista, pero sí, al menos, esperanzado, que no es poco: el amor no siempre gana y lo nuestro tiene remedio, a pesar de todo. La película actúa a modo de bálsamo, de consuelo. Creo que, llegado el momento, el DVD debería poder comprarse en las farmacias. Un antidepresivo en imágenes. Un relajante panorámico. Un Prozac con música y letra.

Y un gran mérito por encima de todos: el de reescribir (y me atrevo a decir que reinventar) el musical desde la mirada desacomplejada de un chaval de 32 años.