IDEAS

El maestro en el laberinto

Zigmunt Bauman, en el CCCB de Barcelona.

Zigmunt Bauman, en el CCCB de Barcelona.

XAVIER BRU DE SALA

Por qué confiar en El PeriódicoPor qué confiar en El Periódico Por qué confiar en El Periódico

En el momento de morir, Zygmunt Bauman se erige como el más fiable de los faros que nos orientan en el laberinto tenebroso de las incertidumbres donde estamos inmersos. Nunca abandonó la luz de la esperanza, pero se convenció y nos convenció de las crecientes dificultades en el camino hacia una vida mejor. Sobre todo, de las trampas en las que nos metíamos como individuos y como sociedades avanzadas, y del precio que tendríamos que pagar, y ahora pagamos, por habernos dejado arrebatar las certezas a cambio de los espejitos del festival consumista.

El concepto de modernidad líquida se refiere a la inestabilidad del yo y de sus perspectivas. Paradójicamente, la abundancia y la multiplicidad de opciones, más aparente que efectiva, nos ha llevado hasta las puertas de la miseria moral que ampara Occidente. Basta con mirar hacia los campos congelados de Grecia, hacia el genocidio impune de Alepo, para comprobar que nos hemos vuelto tan insensibles y fríos como la fauna abisal.

{"zeta-legacy-destacado":{"strong":"Bauman es muy duro","text":"\u00a0no solo con el poder, sino con quienes hemos permitido que el poder se alejara tanto del voto"}}

¿De qué nos sirven las cuatro extremidades, estas manos prensiles, si no tenemos donde agarrarnos, si nos hemos convertido en peces a merced de corrientes que no controlamos, no conocemos y somos incapaces de modificar? ¿Cómo nos apañaremos para construir algo perdurable y con fundamentos una vez abandonados los valores que nos sostenían?

Bauman es duro, muy duro, no tan solo con el poder sino con quienes hemos permitido que el poder se alejara tanto del voto. Ya nos iba bien. Parecía que alcanzaba para todos. Nadie diría que se iba a terminar tan deprisa para tantos. Pero así ha sido. Ahora que hemos probado la amargura de los resultados más vale que no abandonemos el espejo de Bauman, aunque la imagen reflejada no nos guste. En este laberinto, ni las paredes son sólidas. La única seguridad se encuentra en la recuperación del yo como integrante de un colectivo que se reencuentra con la imagen del otro y redescubre que sin el otro no hay salida.