ANÁLISIS

Mário Soares, el hombre que ancló Portugal a Europa

Mário Soares 7

Mário Soares 7 / periodico

ANDREU CLARET

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Llegué a Lisboa el mismo día que Mário Soares. El 28 de abril de 1974, tres días después de que los militares hubiesen derrocado una dictadura que había hecho del Ejército su columna vertebral. Yo venia de Barcelona para cubrir la Revolución de los Claveles para 'Cambio16' y él de Alemania, tras un largo viaje hasta París y de allí hasta Lisboa, en tren, cruzando media España. Cuando le entrevisté por primera vez, al cabo de unos días, me contó lo extraño que resultaba contemplar la España de Franco, desde la ventanilla del tren, pensando que al final del trayecto le esperaba la primera e incierta democracia ibérica del último medio siglo. Las emociones del trayecto no eran para menos. Tras haber sido detenido en una docena de ocasiones por la policía de Salazar, Soares vivía exiliado bajo la protección del mayor partido socialdemócrata de Europa, aquel que pilotaría a distancia buena parte de las transiciones democráticas en España y Portugal.

Pasé en Portugal unos meses, para escribir un libro sobre aquellos asombrosos militares que se habían alzado contra su propia dictadura, y esto me permitió conocer de cerca a los principales protagonistas del cambio. Un cambio que veíamos desde España con tanto pasmo como esperanza, convencidos de que si había caído la más longeva de las dictaduras de la península, la de aquí tenia los meses contados.

Aunque Mário Soares había jugado un papel destacado en la lucha contra Salazar, como activista y como abogado, su partido parecía demasiado moderado y falto de arraigo como para encabezar un movimiento nacido en los cuarteles de ultramar y que pronto adquirió un cariz radical, que hoy llamaríamos populista y que entonces era un 'mix' de las lecturas de Franz Fanon y de la tradición leninista. Pero Soares ya era un viejo zorro de la política, el único capaz de rivalizar con Alvaro Cunhal, el secretario general del Partido Comunista. Supo subirse a la ola democrática que la revuelta militar desencadenó y supo entender, mejor que otros, que la democracia portuguesa no cuajaría si no abría las puertas a la independencia de las antiguas colonias. Hoy puede parecer obvio, pero entonces no lo era tanto para un país que había liderado un imperio tan vasto y disperso, que fue sueño y delirio de Salazar y que acabó siendo parte de la identidad nacional. Soares supo hacerlo en abierto conflicto con el tercermundismo simpático de los oficiales más aguerridos, y con la política ortodoxa de un Cunhal que soñaba con establecer algún tipo de puente entre el mundo soviético y el nuevo Portugal.

Tras avatares propios de una transición imprevista, con intentos de vuelta atrás y de huida hacia adelante, Mário Soares supo entender que la democracia portuguesa no podría consolidarse fuera de Europa. Entonces la Comunidad Europea era sinónimo de libertad y bienestar. Para ello contó con el apoyo decidido de las democracias occidentales.Y, sobre todo, con el voto mayoritario de los portugueses.