IDEAS
Leí en la prensa que me había muerto
Britney Spears falleció hace un par de días. Lo tuiteó Sony e incluso Bob Dylan publicó sus condolencias con un emoticono lloroso.
Imagino a la intérprete de 'Ooops! I did it again' desayunándose con la noticia, para descubrir poco después que era fruto de un ataque 'hacker' a su discográfica. Es curioso pensar, en jornada de Santos Inocentes, cómo nuestra civilización se proclama lo suficientemente madura como para enterrar la tradición de las inocentadas, pero es lo suficientemente ingenua para creerse muchos bulos que circulan por la red y, de paso, las ficciones armadas por los mandamases.
Los 'hackers' hicieron esta broma de mal gusto, que, sin embargo, le brindó durante un rato a Britney la oportunidad de ver la reacción de la gente ante su deceso. También de entroncar su nombre en la tradición de personajes con este dudoso privilegio: el muerto-vivo de Peret, el Reginald Perrin de David Nobbs o Tom Sawyer, que, con ganas de calibrar su importancia, dice "¡Ojalá pudiera morir temporalmente!" y que luego asiste a su propio entierro.
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Estos días el mejor ejemplo es el 'Cuento de Navidad' de Charles Dickens, en el que Scrooge, asaltado por los fantasmas de navidades pasadas, presentes y futuras, puede ver qué ha hecho mal y enmendar su carácter. "Para un hombre con tan poca práctica, ¡qué bien ríes ahora!", le dicen.
Suelo pensar en esto: cómo reaccionaría esa vecina que me acusa de manchar el ascensor con la bici si supiera que me he mudado (metafóricamente) de barrio y cómo lo haría yo. Una vez estuve cerca. Durante la beca en un diario gallego, conocí a un tipo, que, pese a ser único, se llamaba como yo: Miguel Otero. Compartíamos discos de El Niño Gusano, libros de Benjamin Péret, bares de estación de bus, miedos varios y veleidades literarias. Eramos amigos. Tenía diez años más que yo y, aun así, murió indecentemente joven. Leí el titular en aquel diario: "Fallece Miguel Otero…". Pensé que podría haber sido yo y que todo lo grave parece una inocentada y que a partir de ese momento firmaría Miqui Otero. Y aún hoy, especialmente en fechas así, me acuerdo de él y de otros que cayeron.
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