Salvar a Israel de sí mismo

La reacción de Netanyahu a la resolución es de manual del Estado hebreo. Desproporcionada, iracunda, furiosa

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JOAN CAÑETE BAYLE

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El pequeño secreto de la resolución del consejo de seguridad de la ONU que condena los asentamientos israelís en Cisjordania y que tanto se dice que ha enfurecido al Gobierno israelí y a su primer ministro, Binyamin Netanyahu, es que no sirve para nada. La construcción de asentamientos y la transferencia de población ocupante a territorio ocupado es una ilegalidad según la legislación internacional, y lo que hace la resolución es recordarlo. Cuando Israel dice apoyar la hoja de ruta del famoso Cuarteto (sí, aunque parezca mentira ese texto aún existe), eso incluye una congelación de la construcción en territorio ocupad palestino, algo que evidentemente no ha sucedido ni sucederá.

La resolución condena a los asentamientos, sobre todo, porque hacen inviable el objetivo de los dos Estados viviendo en paz y seguridad una junto al otro, un objetivo que la realidad sobre el terreno hace tiempo que ha convertido en quimera: lo que hay hoy ‘de facto’ en el antiguo territorio de la Palestina histórica es un único Estado desde el Mediterráneo hasta el Jordán, desde el Golán hasta el Sinaí. Un Estado con ciudadanos de primera con pleno derecho de ciudadanía (israelís judíos), de segunda (palestinos con pasaporte israelí), de tercera (palestinos ciudadanos de Jerusalén Este), de cuarta (palestinos habitantes de Cisjordania) y de quinta (palestinos de Gaza). Un Estado que aplica diferentes leyes según el origen étnico. A ese entramado legal, una red de violencias que incluye desde rematar en el suelo a heridos a encarcelar a niños, se le puede llamar, por resumir,  ocupación. Los asentamientos son una parte del todo.

50 AÑOS DE OCUPACIÓN

La resolución, pues, se fija en una parte del problema. Además, se cuida mucho en su redactado de no señalar a Israel, lo cual es muy meritorio. Leída la resolución, parece que las colonias nazcan por reproducción espontánea. El texto condena a los asentamientos, no al Estado que los construye, promueve, les otorga servicios y que los ha convertido durante 50 años en vanguardia de su política como ocupante. Porque las colonias no son un invento de Netanyahu y su Gobierno de extrema derecha; las colonias son un pilar del proyecto sionista al que se han dedicado todo tipo de gobiernos desde a Guerra de los Seis Días de junio de 1967. Leída la resolución, cualquiera diría que los asentamientos son un fenómeno natural, como un huracán o un terremoto, y no una política de Estado, no de Gobierno. No es un redactado inocente. De esta forma, por ejemplo, se aborta el que habría de ser el lógico paso siguiente: dado que un Estado no cumple resoluciones y comete ilegalidades, si no ceja en su empeño (e Israel no cejará, todo el mundo lo sabe), habrá que sancionarlo. Eso no va a suceder.

En plena frustración por la imposibilidad de impulsar un proceso de paz, John Kerry dio: “la solución de los Estados es la única alternativa. Porque un Estado unitario o bien acabará siendo un Estado de apartheid o bien destruirá a capacidad de Israel de ser un Estado judío”. Ese fue el consejo de un buen amigo. De la misma forma, la abstención de Estados Unidos en el consejo de seguridad es la última acción de la administración Obama, un extraordinario y fiel amigo (por mucho que grite la propaganda) del Estado de Israel. La deriva en la que se encuentra Tel-Aviv hace que sea necesario lanzar la campaña “salvar a Israel de sí mismo”, y a eso se han dedicado Kerry y Barack Obama estos años. Han fracasado, porque a pesar de lo que se ha escrito estos días, ya resulta imposible separar a Israel de la ocupación (y de sus efectos sobre el ocupado pero también sobre el ocupante). No es que Israel corra el riesgo de convertirse en un Estado de apartheid, es que ya actúa como tal. La resolución es el último aviso de un fiel amigo: estás yendo hacia el desastre. La realidad es que ya están instalados en él.

EL GUION DEL ENFADO

La reacción de Netanyahu a la resolución es de manual del Estado hebreo. Desproporcionada, iracunda, furiosa. El guion dice que ordenará construir más en los asentamientos y que le hará pagar algo de forma simbólica a la Autoridad Nacional Palestina. Tiene que decir que la resolución le hace un flaco favor a la paz y que es un ejemplo más del antisemitismo y de la obsesión con Israel de la ONU. Llamar a los embajadores es lo mínimo. Siempre sucede lo mismo, porque a Israel se le permite hacer siempre lo mismo. Las consecuencias reales de la resolución serán más casas en las colonias y que a nadie más se le ocurra impulsar ninguna iniciativa diplomática para no enfadar a Israel. Porque si se enfada por un texto que no importa, ¿qué sucedería con una resolución realmente importante?

Mientras, el BDS crece en los campus de Estados Unidos  y en el resto del mundo y los supuestos amigos de Israel, los que nunca le afean nada y no le dicen verdades, se concentran en las filas de la extrema derecha, los islamófobos, los supremacistas blancos y sí, declarados antisemitas. Ser pro-sionista y antisemita no es incompatible.

Ya que parece que nadie está dispuesto a salvar a los palestinos, la única esperanza real de paz y justicia en la zona es que alguien se decida a salvar a Israel de sí mismo.