EL AMFITEATRO

El último regalo de Matabosch

La 'Elektra' que se se ha podido ver en el Liceu recoge el legado operístico que dejó Patrice Chéreau

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ROSA MASSAGUÉ

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Navidad. Tiempo de regalos. Los aficionados a la ópera hemos recibido, anticipadamente, el mejor obsequio que se nos podía hacer, 'Elektra', de Richard Strauss, con una puesta en escena de Patrice Chéreau, la dirección de Josep Pons al frente de la orquesta del Liceu con una calidad insólita dado su pasado hasta casi ayer mismo, una interpretación estratosférica, la de Evelyn Herlitzius (Elektra), excelentemente arropada por Waltraud Meier (Klytämnestra), y Adrianne Pieczonka (Chrysothemis), además de otros cantantes de gran nivel en los papeles secundarios.

Tardaremos mucho tiempo, años, en volver a ver un espectáculo operístico de tanta calidad, capaz de provocar profundas emociones en los espectadores. En el Liceu, seguro, y fuera, posiblemente también. Este ha sido un regalo que nos dejó Joan Matabosch, el anterior director artístico del teatro de La Rambla, que quiso que el Liceu coprodujera esta 'Elektra' junto al Festival de Aix en Provence (donde se estrenó en el 2013), al Teatro alla Scala de Milán, al Metropolitan de Nueva York, a la Staatsoper unter den Linden de Berlín, y a la Ópera Nacional Finlandesa de Helsinki.

Esta 'Elektra' es también la herencia que nos dejó Chéreau que falleció tres meses después de su estreno en el festival provenzal. Es el compendio del legado operístico de este hombre de teatro total. Su 'Elektra' cierra un círculo que se había iniciado en 1974, en un taxi parisino, cuando el director Pierre Boulez le propuso encargarse de la dirección escénica del 'Anillo del nibelungo' en el festival de Bayreuth que debía abrir el telón en 1976. Aquel no podía ser un 'Anillo' cualquiera. Era el del centenario de su estreno, pero el gran templo wagneriano se había quedado sin director de escena para aquel proyecto de gran envergadura.

El joven Chéreau (tenía entonces 30 años) solo había dirigido escénicamente dos óperas ('L'Italiana in Algeri' y 'Les contes d'Hoffmann'), pero le faltó tiempo para decir que aceptaba el envite, "inconsciente de la amplitud de la aventura a la que me lanzaba", según escribiría años más tarde. 

Aquel 'Anillo' fue una revelación. Marcó un antes y un después en la forma de representar no solo las óperas de Wagner, si no la ópera en general. Desde aquella tetralogía hasta 'Elektra', su última puesta en escena, Chéreau solo dirigió otras seis óperas. El número es escaso, pero la repercusión de su trabajo en la ópera es enorme gracias a su inteligencia, a su conocimiento del teatro, a la fidelidad a sus ideas, pero también a la fidelidad de quienes le acompañaron a lo largo de esta carrera en los escenarios líricos.

Era emocionante ver el día del estreno de 'Elektra' en Aix a los ancianos Franz Mazura y Donald McIntyre en el escenario. El primero, a quien también hemos podido ver en Barcelona a sus 93 años, era Gunther ('El crepúsculo de los dioses') en Bayreuth durante los cinco años en que se representó su 'Anillo', y el segundo era nada menos que Wotan. Después, en 1979, Mazura fue un impactante Dr. Schön en 'Lulu', de Alban Berg, llevada a la escena, en este caso en la Ópera de París por el dúo Boulez-Chéreau.

La soprano Waltraud Meier es otro ejemplo de fidelidad recíproca desde que en 1992 fue Marie en 'Wozzeck', también de Berg, con Daniel Barenboim al frente de la orquesta. Años después, Chéreau hizo un 'Tristan und Isolde' para la Scala con la soprano como Isolde, y de nuevo con Barenboim a la batuta. Aquella producción de la ópera de Wagner es otra referencia histórica en el legado del director teatral. Se ha dicho que Meier no es la voz para Klytämnestra, la madre de Elektra, y seguramente es así bajo otro director de escena. La dimensión humana que dio Chéreau al personaje, el profundo entendimiento entre ambos, hace sí que Meier sea una impresionante Klytämnestra como se ha podido comprobar en el Liceu.

EL ESCENÓGRAFO // Hablando de la lealtad artística de Chéreau como generadora de un potente discurso creativo, hay una figura que no se puede pasar por alto. Es la del pintor Richard Peduzzi, que ha firmado casi todas las escenografías del director, ya sea para el teatro, el cine o la ópera. Es una fidelidad plasmada, al menos por lo que se refiere a la ópera, en una imagen, la del cuadro 'La isla de los muertos' del pintor simbolista Arnold Böcklin. Es la imagen de unas rocas desnudas en forma de anfiteatro que emergen del agua. En el espacio semicircular del interior de la isla, invadida por una frondosa vegetación, hay restos de una edificación a la que se accede por un rampa.

Una recreación de esta imagen aparece en el tercer acto de 'La valquiria' de Bayreuth. Es la roca en la que dormirá Brünnhilde rodeada de fuego como castigo impuesto por Wotan hasta que el más valeroso de los caballeros, el que se atreva a cruzar las llamas, despierte a la valquiria. Chéreau escribió que lo que buscaban con Peduzzi era incorporar la arquitectura a la naturaleza, "un homenaje arquitectónico extravagante que llenaría poco a poco los paisajes".

Aquella imagen de Böcklin en la que hay misterio, forma teatral (el escenario elevado), la idea de último refugio y dos espacios bien delimitados a distinto nivel, se ha ido repitiendo y depurando en las producciones posteriores al 'Anillo'. En 'Cosí fan tutte' que ambos firmaron para el festival de Aix en Provence (2005) la isla es directamente el escenario desnudo pero con techo de un teatro antiguo donde se desarrolla la ópera.  

Es la misma imagen que delimita la acción de 'Elektra', con los dos planos a distinta altura y con la recuperación del ábside que las ruinas de Böcklin permiten adivinar. La arquitectura ha expulsado el paisaje. Ella es el paisaje cerrado. Aquí la única naturaleza posible es la humana con todo lo mejor y lo peor, con el amor mal colocado y con todo el desgarro posible en las relaciones.