LA AMENAZA DE LA POSVERDAD

¿Seguro que el hombre pisó la luna?

La verdad, entendida como la correspondencia entre lo que se piensa y la realidad, los enunciados y los hechos, queda desprovista de contenido positivo

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MIQUEL SEGURÓ

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Según un reciente estudio de la Universidad de Stanford (EUA) los jóvenes estadounidenses no saben distinguir si una noticia en internet es falsa o es real. Asimismo, más de un 80% no saben reconocer cuanto un artículo es sesgado o patrocinado. La capacidad de razonamientos de los jóvenes sobre la información que se publica es, concluye el estudio, deprimente.  

¿A qué se debe esta alarma? ¿Tan grave es que no se sepa saber qué es verdad y qué no? A fin de cuentas damos por hecho que los que mandan, eso que denominamos como sistema, nos engaña a discreción. ¿O es que estamos plenamente seguros de que el hombre pisó la luna?

El Diccionario de Oxford ha escogido 'posverdadcomo la palabra del año, un neologismo que "denota circunstancias en que los hechos objetivos influyen menos en la formación de la opinión pública, que los llamamientos a la emoción y a la creencia personal". Suena a postmoderno, tanto por el prefijo de la palabra como por la fuerza semántica que connota. Tanto la una como la otra se sitúan un paso por delante de la modernidad y de la verdad, dejando atrás, casi obsoleto, el valor de ambos conceptos.

¿Y LA VERDAD?

J-F Lyotard escribió en 1979 un conocido libro titulado la 'La condición posmoderna en el que sostenía que el 'metarrelato'', es decir, el discurso que servía para explicar toda la realidad, ya no era posible. Eso de buscar un discurso que incluyera todos los micro-relatos de la vida era propio de otros tiempos. De ahí nuestra condición posmoderna. Solo se puede recurrir a pequeños relatos, paralógicos (para=al lado de; logos=razón o significado), como un proceso de razonamiento que entra en contradicción con las reglas establecidas.. ¿Y la verdad, dónde queda? 

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La verdad, que en muchas fases de la historia de las ideas se ha entendido como la correspondencia entre lo que se piensa y la realidad, los enunciados y los hechos, queda desprovista de contenido positivo. Una verdad vale, si acaso, para quién así lo crea. O mejor, quien así lo quiera creer.

Con el avance de la modernidad (de Descartes en adelante) la verdad fue perdiendo el estatus de evidencia y se va problematizando, hasta llegar a lo que se conoce como "giro copernicano". Del mismo modo que Copérnico intercambió los roles de la tierra y el sol, sostenido que era esta la que giraba alrededor de la gran estrella, en filosofía se dirá que es el objeto el que depende del sujeto que la observa. Uno de los mayores filósofos del siglo XX, Ludwig Wittgenstein, concluyó que el lenguaje, lejos de corresponder a un esquema único, se caracteriza por la variedad y la heterogeneidad de sus usos. Puesto que no es lo mismo enunciar la composición de un medicamento que expresar una emoción, no podemos pretender que haya un solo lenguaje válido. Hay múltiples usos, o juegos, como dice Wittgenstein, del lenguaje.

JUEGO DE ESPEJOS

Saber qué es verdad y qué no parece una quimera. Es lo que comporta asumir que la realidad es un juego de espejos, de perspectivas, como magistralmente ilustra la película de Akira Kurosawa Rashomon. Claro, hay grados y matices en esto. No es lo mismo inventarse que uno ha estado en un campo de concentración y construir una identidad alrededor de esta consabida falsedad, que discrepar sobre el sentido de unas palabras o unos gestos en una discusión, sobre todo si esta es amorosa. Y ahí está el quid de la cuestión, el auténtico drama del estudio de Stanford.

Si hoy día comprendemos que la realidad es en gran medida una construcción biográfica cuyas variables psicológicas, sociológicas y económicas muchas veces se nos escapan, preguntar por la verdad o no de las cosas es inútil e impertinente. Lo que de verdad cuenta es la intención con la que se hacen las cosas. Y ahí cada cual se las tiene que ver congio mismo, con la autenticidad que quiere mantener hacia sí mismo y hacia los otros. Es sin duda más grave, difícilmente perdonable, el caso de la persona o institución que ostenta un poder y lo utiliza para generar una ola de opinión interesada. Pero también tiene su parte de responsabilidad la ciudadanía que entrega su capacidad de crítica a la hora de informarse o de participar en la vida pública.

Ya lo dijo Kant: muchas veces somos rehenes de nuestra propia minoría de edad. Y es que hay demasiadas cosas que no son precisamente ficciones: la injusticia social, el sufrimiento de los inocentes o el abandono de tantos seres humanos, por ejemplo. ¿Somos verdaderamente conscienteA de ello?