LA CLAVE

El asesino de Victòria

La última víctima de Quintà sufrió el acoso de un extorsionador depredador

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ALBERT SÁEZ

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No tuve la suerte de conocer personalmente a Victòria Bertran, la doctora asesinada este martes por su excompañero sentimental. Conozco a muchas otras víctimas de Alfons Quintà, mayoritariamente mujeres, que en las sucesivas empresas que dirigió sufrieron su acoso, su menosprecio y su misoginia. Su machismo, para decirlo en una palabra clara y directa. Quintà era de ese tipo de directivos que muchos niegan que existan, capaz de despedir a una secretaria porque había resollado, que salía de su despacho y se paseaba por la redacción como si fuera su cortijo antes de lanzarse sobre la presa a la que, bajo la coacción de sus galones, intentaba llevarse a comer en su barco atracado en el puerto del Garraf. Quintà era ese tipo de directivo capaz de ridiculizar a quien no cumpliera sus designios, vejándolo, en público. Así era Quintà y así ejerció de director de El PaísTV-3, El Observador o El Mundo, entre otros medios y empresas. Y lo hizo gracias al silencio vergonzante de sus congéneres masculinos que jamás tuvimos los arrestos de denunciarle.

El machismo lo convirtió en asesino. Pero era fundamentalmente un extorsionador. La extorsión emocional a su víctima es la que le permitió perpetrar su crimen. Antes hubo otras víctimas de menor gravedad. Mujeres acosadas y despedidas. Trabajadores, mujeres y hombres, que perdieron su empleo por su gasto exorbitante poniéndose siempre sueldos millonarios antes de garantizar la viabilidad de los proyectos. Algunos políticos alimentaron su capacidad depredadora. El pujolismo compró su silencio sobre Banca Catalana con la dirección de una televisión a la que dotó de tanta ambición como ineficiencia. El españolismo le pagó a precio de oro que contara los secretos de alcoba del Palau de la Generalitat. El populismo incluso ha llorado su muerte porque le acogió en su decadencia para dar certificados de autenticidad a ciertas patrañas sobre la sanidad catalanaQuintà extorsionó siempre con la moneda de cambio de la información por la que tenía tan poco respeto como el que tuvo por su excompañera. 'Nulla estetica sine etica', escribió el maestro Valverde. Quintà fue siempre un miserable. Hasta la muerte.