UN SUCESO CON MUCHA REPERCUSIÓN

El 'caso Nadia': la excepción y la regla

El 'caso Nadia' es una excepción que corrobora una regla de oro: la salud moral de una sociedad es proporcional a la solidaridad de sus ciudadanos

Fernando Blanco Botana  padre de la Nadia Nerea

Fernando Blanco Botana padre de la Nadia Nerea / periodico

JUAN MANUEL CINCUNEGUI

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Como en otras circunstancias, la excepción dice más sobre el funcionamiento normal de las cosas de lo que uno imagina. Evidentemente, entre las innumerables injusticias que diariamente se reparan, y los sufrimientos que cotidianamente se alivian gracias a la solidaridad pública, el supuesto delito de estafa del que han sido acusados los padres de Nadia, la niña de 11 años que padece una dolencia congénita rara, es una excepción que corrobora una regla de oro: la salud moral de una sociedad es proporcional a la solidaridad de sus ciudadanos. Por ese motivo, pretender que el escándalo pone en cuestión toda acción solidaria es tan absurdo como pretender que una mentira pone en entredicho la totalidad del lenguaje.

Ahora bien, que los padres hayan sido capaces de recaudar cientos de miles de euros destinados al tratamiento de su hija enferma demuestra el grado de compromiso de la sociedad española. Pero el caso exige una reflexión acerca de lo que facilitó el engaño. Los medios de comunicación y las redes sociales que replican sus contenidos son los vehículos que publicitan y hacen posible, tanto el acto virtuoso como la estafa, modelándolos como el espectáculo donde se convoca nuestra atención. Fueron los medios de comunicación los que facilitaron materialmente el engaño. También los que, habiendo denunciado la estafa, con análoga espectacularidad, han suscitado una ola de desconfianza que amenaza con dejar en el desamparo a muchos que necesitan ayuda.

LA AUSENCIA DEL ESTADO 

Si en este caso, los medios de comunicación demostraron escasa rigurosidad, no menos reprochable es la ausencia del Estado que obliga a familiares y amigos de enfermos y víctimas a transformarse en emprendedores para recaudar y gestionar los fondos necesarios para el bienestar básico o incluso la supervivencia de sus seres queridos. Además, esa ausencia deja a los colectivos afectados en manos de inescrupulosos que aprovechan el impulso benéfico como oportunidad de negocios.

La solidaridad es el fundamento de la vida social y, por ello, irrenunciable. Sin embargo, no debería suplantar la responsabilidad del Estado. La publicidad sobre estos casos es imprescindible, pero hacer del sufrimiento y la injusticia un espectáculo facilita la acción de los farsantes.