Los nervios de Patti Smith

La cantante Patti Smith, durante su actuación en la ceremonia de los Nobel.

La cantante Patti Smith, durante su actuación en la ceremonia de los Nobel. / periodico

JUANCHO DUMALL

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La gran Patti Smith, curtida en mil batallas desde que irrumpiera como pionera del punk neoyorquino en 1975 con su célebre disco 'Horses' hasta que en el 2007 fue incluida en el Salón de la Fama del Rock, no pudo superar los nervios en su última y muy especial actuación. La mujer que ha desplegado una incansable actividad en los movimientos de izquierdas de Estados Unidos al grito de People have the power (La gente tiene el poder) y ha cantado y recitado en los escenarios del mundo entero tuvo que interrumpir, emocionada, su interpretación ante el auditorio más surrealista que había visto en su enorme carrera artística.

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Fue en Estocolmo, ante los reyes de Suecia, de rigurosa etiqueta, y un selecto público: los 1.500 invitados a la ceremonia de entrega de los Premios Nobel. ¿Qué hace una chica como tú en un sitio como este?, debió de preguntarse la rockera ante semejante profusión de chaqués, vestidos largos y joyas deslumbrantes. Todo muy distinto a cuando ella se sube a una tablas para aullar el 'Because the night' vestida con unos tejanos y una camiseta raída. Bueno, lo del sábado lo hacía por una buena causa: dar la cara en nombre de Bob Dylan.

VOZ PROFUNDA

Llegado el momento, Patti Smith se colocó delante de la Real Orquesta Filarmónica de Estocolmo y emprendió con su voz profunda, rebelde y cristalina la canción 'A hard rains a-gonna fall' (Una dura lluvia va a caer), grabada por Dylan en 1963 y que se interpreta como una desgarrada advertencia ante el peligro nuclear. Los nervios le traicionaron y se atascó. Pero los reyes, príncipes, ministros y embajadores presentes en el salón de cuento de hadas pudieron paladear los versos del premiado más polémico de los últimos años: «Oí el sonido de un trueno / que rugió sin aviso. / Oí el bramar de una ola / que pudiera anegar el mundo entero. / Oí cien tamborileros / cuyas manos ardían. / Oí diez mil susurros / y nadie escuchando. / Y es dura, es dura, es muy dura / la lluvia que va a caer». Solo por ese momento ya valía la pena darle el Nobel a alguien que, seguro, no iba a acudir a recogerlo.