El voto gasivo de los pobres

La tendencia del elector con menor renta es la de abstenerse, por entender que su participación no será decisiva

Unos operarios recogen urnas del almacén del Ayuntamiento de Barcelona para llevarlos a los colegios electorales antes del 20-D.

Unos operarios recogen urnas del almacén del Ayuntamiento de Barcelona para llevarlos a los colegios electorales antes del 20-D. / periodico

ORIOL BARTOMEUS

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El nivel de renta siempre ha sido un factor importante a la hora de explicar las diferencias en la participación electoral, en el sentido de que los electores con mayores índices de renta acostumbran a participar siempre, mientras que los de menor renta solo participan de vez en cuando, o incluso no participan nunca.

La participación en las elecciones no es otra cosa que una expresión de la conexión social de los individuos. Solo vota quien está conectado, quien se informa y sabe, quien cree que vale la pena acercarse a su colegio electoral (y eso quiere decir que sabe cuál es su colegio, cosa no tan evidente) un domingo determinado. Nos sorprendería saber la cantidad de personas que no saben qué día se celebran unas elecciones.

La abstención voluntaria (la que no es producto de enfermedades o similares) es mayoritaria entre los excluidos sociales, aquellas personas a las que les falta la conexión social necesaria para sentirse interpeladas por el juego electoral. El suyo es un voto gasivo: solo lo ejercen cuando perciben que la elección es importante, ya sea por sus intereses personales o por el conjunto de la sociedad. A veces se ha confundido este voto gasivo con elementos de identidad nacional y lengua.

A diferencia del elector conectado, que siempre vota porque está al tanto de lo que pasa en el escenario político, sigue las noticias y se siente implicado en el proceso electoral, los desconectados solo participan si entienden que la elección es importante, que el resultado es incierto, que su opción puede ganar o bien que con su voto puede descabalgar una opción que les es especialmente desagradable. Si no concurre ninguno de estos factores, la tendencia del elector pobre es la de abstenerse, ya que entiende que su participación no será decisiva para modificar el resultado final.

De aquí que, como señalan Gómez y Trujillo en su informe, la abstención sea más fuerte allí donde el nivel de renta es más bajo. Y no solo eso. La abstención en estas secciones censales no solo es más fuerte en una convocatoria determinada, sino que es más persistente en el tiempo.

La participación de los desconectados solo sube en las elecciones que son percibidas como más importantes, lo que demuestra la existencia de este voto gasivo que solo aparece cuando la convocatoria "importa". Este efecto es visible si se compara la participación entre los barrios de Barcelona entre las elecciones municipales y generales del año pasado. En los barrios más abstencionistas (los de renta más baja) es donde más crece la participación entre municipales y generales, mientras que donde crece menos es precisamente en los barrios de mayor renta, que tienen una participación más alta y, sobre todo, más estable.

La pregunta que los datos no nos responden es si los pobres no votan porque realmente no quieren o porque no se sienten invitados a hacerlo. Y depende de cómo se responda a esta cuestión, será necesario abrir un debate sobre la calidad de nuestro sistema democrático y, sobre todo, sobre qué tenemos que hacer todos (pero muy especialmente los medios de comunicación) para implicar a todo el mundo en el proceso democrático.