IDEAS

¿Quién lee a Julio Verne?

Julio Verne.

Julio Verne. / periodico

JORDI PUNTÍ

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El número de noviembre de la revista 'L’Avenç' trae un artículo de Lluís Quintana en el que se pregunta por la vigencia literaria de Julio Verne. Leemos que el autor de 'Los hijos del capitán Grant', que en el 2012 consiguió entrar en el olimpo dorado de La Pléiade, hoy en día ofrece dos anacronismos difíciles de superar. Por un lado una dependencia de los ritmos y clichés de la novela de folletín, con la rémora de episodios alargados, que para el lector moderno pueden ser un estorbo. Por el otro, una mirada imperialista sobre los lugares exóticos, de los Andes al África negra y a Nueva Zelanda, que a menudo se hace insoportable por lo que tiene de racista y de adoctrinamiento del salvaje. Es el signo de su época, una naturalidad colonial que ahora nos estremece, como sucedía con el segundo volumen publicado por Hergé, 'Tintín en el Congo', y tantos otros libros de aventuras. 

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Hacía años que no leía a Julio Verne (con su nombre así, en español), pero el simple recuerdo de sus novelas, junto a una reciente visita a Nantes, donde nació y le han dedicado un museo pedagógico, me lo han devuelto a la memoria. Me pregunto si hoy en día todavía atrae a pequeños y grandes -lo de la infancia recuperada, que decía Savater-, y una consulta por internet me da pistas: solo en el último año y medio se han reeditado una veintena de títulos, de 'Cinco semanas en globo' a 'Veinte mil leguas de viaje submarino' y otros clásicos.

Supongo que parte de este interés hay que atribuirlo a las lecturas escolares, pero me gusta pensar que pese a los anacronismos de mal gusto, pese a la ausencia de personajes femeninos y de unos héroes sin mucha libido, el instinto fabulador de Verne sigue vivo. Ya sea por su capacidad de crear escenas que no caducan, o por una galería de personajes memorables. Pienso, claro, en el Capitán Nemo y los misterios de su Nautilus. Pienso en la erupción final en 'Viaje al centro de la tierra' y el regreso a la superficie aprovechando el estratovolcán. Pienso en los ojos de Michel Strogoff ante el sable candente de los tártaros, llorando por su madre antes de que lo dejen ciego, y en esas lágrimas que serán su salvación inesperada.