Un derecho fundamental amenazado

Un respeto a la presunción de inocencia

Presentar como culpable a quien no ha sido condenado por un juez es simplemente una forma de mentir

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JORDI NIEVA FENOLL

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Siempre queremos ver condenado inmediatamente a quien consideramos culpable. Cuando no llega la condena porque no se han podido probar los hechos que considerábamos "notoriamente" ciertos, nos enfadamos muchísimo y consideramos que la justicia es nefasta o incluso corrupta. A menudo hacemos buena la inolvidable frase de un 'spaghetti western': "Antes lo colgaremos, después lo juzgaremos".

Esta conducta no es diferente a la que aplicamos en la vida cotidiana. De inmediato consideramos cierto casi cualquier rumor, con independencia de que no tengamos ni la más mínima prueba de los hechos. Con una fe a prueba de bomba, nos fiamos de quien nos lo cuenta, o confiamos más bien en el odio que nos inspira el aludido. Y cuando ese odio se mezcla con la política, se reafirma la creencia de forma aún más ciega: 'Gürtel', 'tarjetas black', caso de los ERE…

Nuestra confianza absoluta en una responsabilidad penal acerca de la que, siendo sinceros, como ciudadanos no tenemos ni la más remota idea, aumenta cuando el acusado pertenece al partido que no hemos votado, hasta el punto de que cualquier duda al respecto no solo indigna, sino que llega a parecer repugnante.

UN DERECHO FUNDAMENTAL

Esos odios han intentado ser combatidos por el Derecho desde hace más de 2.000 años a través de la presunción de inocencia, que es un derecho fundamental sobre el que nadie se atreve a dudar, pero que muy pocos respetan. De hecho, si las leyes reflejaran lo que piensa la gente realmente sobre dicha presunción, la misma no existiría.

Convengamos en que ello es muestra de una disfunción en nuestra sociedad, como antes lo fueron la violencia familiar, el machismo, la homofobia, el racismo o el menosprecio, en general, de cualquier persona débil u opinión minoritaria. Ante esa evidente lacra social, los medios de comunicación pueden optar por alimentar la caldera con más leña, o bien obrar como hicieron ya hace algún tiempo con los odios sociales aludidos en este párrafo: ayudar a combatirlos.

TRIBU DE HABLADURÍAS

El periodismo debe enseñar que sospechar por sistema y murmurar convierte a la sociedad en una tribu de habladurías en la que muchos se ven obligados a esconderse. Los medios deben realizar auténtico periodismo de investigación, que es esencial en una sociedad democrática. Deben ofrecer al público toda la información de que dispongan, pero con la expresa advertencia de que es provisional y por tanto insegura, porque los profesionales de la justicia, es decir, los especialistas, aún tienen que valorarla.

Aunque no lo parezca, hacer lo contrario es lo mismo que dar un diagnóstico sobre una enfermedad sin ser médico: puede otorgar mucha confianza el llamado 'ojo clínico' de algunas personas, pero la ciencia médica es la única que puede diagnosticar y curar.

Pero es que, además, presentar como culpable a quien no ha sido condenado por un juez, tras el análisis especializado y concienzudo de todas las pruebas, es simplemente una forma de mentir. Y ello supone faltar al primer y esencial principio de la profesión periodística: la veracidad.