Una relación compleja
Lecturas sobre ciencia para gobernantes
El próximo presidente de EEUU debería tener clara la importancia de la investigación en la sociedad
Mariano Marzo
Catedrático emérito de la Universitat de Barcelona (Facultat de Ciències de la Terra).
MARIANO MARZO
Hace unas pocas semanas, a propósito de las elecciones presidenciales de Estados Unidos, un editorial de 'Science' defendía que los temas científicos deberían ocupar un lugar destacado en la futura agenda presidencial, dada la enorme y creciente relevancia que tales temas tienen en múltiples aspectos de la vida moderna, tanto en el sector público como en el privado. Para la prestigiosa revista científica, el próximo titular de la Casa Blanca debería tener meridianamente clara la importancia de la ciencia y la tecnología para el progreso del país, asegurándose de que el Gobierno cuenta en todo momento con el imprescindible consejo de reconocidos expertos para el desarrollo de su política.
UNA IDEA DE ROOSEVELT
De hecho, la Administración de EEUU tiene una larga experiencia en este tipo de asesoramiento, centralizado formalmente en la figura de un consejero presidencial en materia de políticas científico-técnicas. Según el editorial que les comento ('A short presidential reading list'), la idea de crear tal cargo la tuvo el presidente Franklin Roosevelt durante la segunda guerra mundial con el nombramiento de Vannevar Bush como jefe de la Oficina para la Investigación Científica y Desarrollo. Este ingeniero y empresario, profesor en el Instituto Tecnológico de Massachusetts y presidente de la Institución Carnegie en Washington, redactó dos breves trabajos en los que se abordaban algunos temas de gran calado y que hoy en día, 70 años después, constituyen, por su carácter seminal e influencia, una referencia obligada para los interesados en la interacción entre ciencia y política.
LA CIENCIA EN TIEMPOS DE PAZ
El primero de dichos trabajos, publicado en 1945 bajo el título 'Science, the endless frontier' ('Ciencia: la frontera interminable'), es una convincente exposición del papel que la ciencia --muy en particular la denominada ciencia básica, financiada por el Gobierno federal con dinero público-- debería desempeñar en EEUU tras el fin de la guerra. En el informe se abordan diversos temas importantes, recogidos en seis capítulos, tres de ellos con títulos tan sugerentes como: 'La guerra contra la enfermedad', 'Ciencia y bienestar público' y 'La renovación del talento científico'. El estudio, que concluye con un esbozo pormenorizado de un plan de acción para la creación de una Agencia Nacional de Investigación, aporta profundas reflexiones sobre el rol de la ciencia en tiempos de paz, y aunque muchas de ellas no llegaron a concretarse en la práctica, las ideas de Vannevar Bush se vieron parcialmente reconocidas con la creación de la Fundación Nacional para la Ciencia en 1950.
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El segundo trabajo, titulado 'As we may think' ('Cómo podríamos pensar'), también publicado en 1945 en la revista 'Atlantic Monthly', constituye una visión clarividente del papel que las máquinas podían jugar en el almacenamiento de la información y en el cálculo, así como sobre la necesidad de convertir grandes cantidades de información en conocimiento útil. Unas previsiones, visionarias para su tiempo, pero que desde hace algo más de una década constituyen una realidad incuestionable en nuestras vidas. Sin duda, uno de los méritos de Vannevar Bush es haber sabido comunicar a la ciudadanía y a sus dirigentes políticos la idea de que la ciencia y la tecnología constituyen una potente herramienta para transitar hacia el futuro.
EXTENSIBLE A OTROS PAÍSES
El relato sirve para justificar la recomendación final del editorial de 'Science' al próximo presidente de EEUU: que a la hora de considerar los múltiples desafíos que el país tiene planteados en relación con la ciencia lea los documentos de Vannevar Bush. Ello constituiría un buen comienzo para familiarizarse con la importancia de la ciencia en la sociedad, la relación entre ciencia pura y aplicada, la naturaleza del descubrimiento científico y la importancia de pensar a largo plazo. Una recomendación que, sin duda, puede hacerse extensible, más allá de EEUU, a los presidentes y gobernantes de otros países.
Los científicos sabemos que establecer una colaboración duradera con los políticos no es tarea fácil. Ellos necesitan transmitir seguridad y verdades inmutables. En cambio, la ciencia no busca encontrar verdades definitivas sino reducir la incertidumbre. No es extraño que un científico confiese que estaba equivocado. Y quizá esto no suceda con la frecuencia deseable (a fin de cuentas, el científico es humano y el cambio resulta a veces doloroso), pero no es raro. Sin embargo, seguro que les cuesta recordar la última vez que algo similar sucedió en el campo de la política, la religión y las ideologías.
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