El proceso independentista

Lo que el 9-N no fue

Aquella jornada de movilización fue muy bonita, pero el referéndum verdadero deberá llegar tres años después

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ANDREU PUJOL MAS

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La semana pasada la exvicepresidenta del Govern, Joana Ortega, fue entrevistada en TV-3 por el periodista Toni Clapés. De este encuentro salieron varios titulares, algunos bastante jugosos y significativos. En primer lugar, me gustaría hacer mención al lamento de la señora Ortega ante una posible inhabilitación, argumentando que esto truncaría su sueño de ser alcaldesa de Barcelona. Esto es como si yo, después de una retirada de carnet de conducir injusta, alego que la Dirección general de Tráfico es culpable de que no llegue a ser campeón del mundo de rallys. Quiero decir que para ser escuchado y resultar creíble siempre es mejor utilizar razonamientos ajustados a la realidad, especialmente cuando se tiene la razón.

Más allá de este asunto más bien anecdótico, sí salieron a flote algunas de las tensiones internas del independentismo. Ortega explicó que Artur Mas había ofrecido a Oriol Junqueras la posibilidad de hacerse cargo de la consulta del 9-N y que este no quiso hacerlo. Sea así o no, lo que es cierto es que en aquel momento los puntos de vista sobre qué debía ser el 9-N diferían mucho entre CiU y ERC. Si bien los primeros entendían, tras la suspensión de la consulta por parte del Tribunal Constitucional, que había de convertirse en una jornada estrictamente simbólica con carácter reivindicativo, los segundos opinaban que debía servir para subir las apuestas aprovechando la movilización ciudadana y hacer, de esta manera, un primer acto de soberanía con consecuencias reales.

Por lo tanto, sería bueno especificar de qué tipo de 9-N no se quiso hacer cargo Junqueras -insisto, siempre y cuando fuera realmente así- y por qué motivo. Que el 9-N fue una jornada de movilización muy bonita, con una participación envidiable y una gran visibilidad, ya lo sabemos. Pero la situación política actual, con la previsión de hacer un referéndum vinculante en otoño del próximo año, pone en evidencia más que nunca lo que el 9-N no fue: el referéndum verdadero deberá llegar tres años después.