El año que contrarió al mundo

Pese a la actual pujanza del populismo, la corriente histórica es otra y no se va a detener

Simpatizantes de Clinton lamentan la elecciión de Trump en la conferencia sobre el cambio climático de Marraquech.

Simpatizantes de Clinton lamentan la elecciión de Trump en la conferencia sobre el cambio climático de Marraquech. / periodico

JOSÉ LUIS SASTRE

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Resultó un año difícil, imprevisible. Quizá sea la incertidumbre la que defina nuestro tiempo, porque nadie acierta con lo que ocurrirá y toda ideología se adapta a lo que ahora llaman “las circunstancias”. Imprevisibles, indefinidas. Incontroladas. La crisis que nació económica en el 2008 ha ido a desembocar, ya política, al 2016. El año que contrarió al mundo. Primero fue el 'brexit', luego el referéndum en Colombia y, al cabo, la victoria de Donald Trump: racista, mentiroso, misógino y demagogo. Sucedieron otros hechos que, pese a su alcance, provocaron menor conmoción, como la falta de respuesta a la crisis de los refugiados mientras crecía la extrema derecha en Polonia, Austria, Hungría, Holanda, Francia y Alemania –en esos tres últimos países hay elecciones el año próximo–.

Los ciudadanos, hartos por distintas causas, reaccionaron de manera que los encuestadores no supieron prever y el debate lo han tomado los candidatos que propugnan el odio, la discriminación, la respuesta desigual a la desigualdad, la fractura y el proteccionismo, con los que intentan frenar los avances de las últimas generaciones. Las luchas centenarias, las causas perdidas. El mundo se ha vuelto peor porque sus habitantes han escogido todas esas opciones, contrarias a la Ilustración en la que se inspiró, por ejemplo, la Unión Europea. Se perdieron todas esas esencias y nacieron otras, conocidas como populismo aunque pudiera llamarse nihilismo a secas.

Había razones en todos los ciudadanos que votaron a esos partidos porque el sistema (les) falló, así que acudieron a las opciones que convirtieron ese caudal de apoyo en una propuesta antisistema. Es el prefijo lo que les define, son más anti que pro y resulta más atractivo el discurso que destruye que el constructivo. Sin ideología, sin verdad. No las necesitan. Les basta con la emoción. Fundamentalmente con una emoción: el miedo, que paraliza. En la era del marketing y la trinchera, la mezcla de prejuicios, emociones y hartazgo llevó al cóctel que cambió el mundo en el 2016, alterado además por nuevas formas de terrorismo.

UNA FLECHA EN EL TIEMPO

Y sin embargo hay una corriente en la historia que no puede detenerse. La lucha por la igualdad entre mujeres y hombres, el fin de la discriminación racial o de otro tipo, la integración de otras culturas, la solidaridad entre la gente, la equiparación de los derechos para los homosexuales. El fin del miedo. Habrá amenazas. Retrocesos. Pero no parece que la corriente, como una flecha en el tiempo, vaya a ser reversible. El mundo tardará más o menos, pero avanza hacia una dirección que todos conocen. Otra cosa es que lo asuman.

La intolerancia no es un fenómeno nuevo y en las librerías de Francia siguen vendiendo como si fuera de hoy un libro que Voltaire escribió en 1763: ‘Tratado sobre la tolerancia’. Quizá la respuesta, además del voto, esté en seguir comprando el libro. Y leerlo. Y entender que la manera de enfrentar la intolerancia es el respeto y que los gritos se responden con palabras sosegadas; la mentira con hechos, el fanatismo con la razón y la injusticia con la rebeldía. La flecha, tan frágil, marca una dirección que necesita convicción –compromiso– para seguir empujando frente a la equidistancia, la indiferencia, la injusticia y la intolerancia. Es una larga lucha que convoca a generaciones enteras, más trascendente aún que el Gobierno de la Casa Blanca.