Análisis

Maneras de despedirse

En su último disco, aparecido hace unas semanas, era evidente que Cohen estaba diciendo adiós

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ENRIQUE DE HÉRIZ

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La canción 'A Singer Must Die' (Un cantante debe morir) es un pequeño relato en el que un cantante es sometido a juicio y condenado muerte: "Leedme la lista de los crímenes que he cometido --suplica-- y clamaré por la piedad que tanto os cuesta conceder". "Todas las damas se humedecen --prosigue la letra-- y al juez ya no le queda otra opción: el cantante debe morir porque su voz nos miente". La estrofa termina cuando el cantante agradece al jurado que se empeñe en conservar la verdad y vigilar la belleza: "Perdón --les dice-- por manchar el aire con mi canción". En una gran parte de sus canciones, el amor, la pasión y la belleza se nos presentan disfrazadas de muerte. "¿Qué haces ahí, pegado a la ventana --pregunta en 'The Window'--, abandonado a la belleza y el orgullo? Con el espíritu de la noche en el pecho, la lanza del tiempo en un costado". Y a continuación pide: "Ay, amor congelado; ay, amor roto; ay, maraña de materia y fantasma, amor de los ángeles, demonios y santos: cuidad de esta alma, cuidad de esta alma". 'Who by Fire', un remedo musical de las plegarias judías a los muertos en el día del Yom Kippur, es un listado de muertes posibles: por fuego, por agua, al sol, por lento decamiento, por avalancha, por codicia, ante el espejo, por un comentario, por mano propia, por poder... Y Cohen, como si recibiera a los muertos cuando llaman a la puerta de no se sabe qué cielo, les pregunta al final de cada estrofa: "¿Quién es el que llama?".

LAS REUNIONES DE LOS VIVOS

También ha celebrado en sus letras, por supuesto, las reuniones de los vivos. En 'The Guests', los invitados llegan de uno en uno a la fiesta: "Muchos con el corazón abierto, algunos con el corazón partido. Y nadie sabe adónde va la noche, nadie sabe por qué corre el vino. Ay, amor, te necesito, te necesito, te necesito, te necesito ahora. Y los que bailan empiezan a bailar; los que lloran, empiezan también".

Hace apenas unas semanas, cuando salió su último disco, todo el mundo habló del tono crepuscular de sus canciones. Era evidente que se estaba despidiendo. Él, Leonard Cohen, el poeta inmenso que escribió 'Hey that's no way tu say goodbye' para decirle a una amante: "Te amé por las mañanas, nuestros besos profundos y cálidos, tu cabello en la almohada como una tormenta profunda y adormecida; sí, muchos amaron antes que nosotros, ya sé que no somos nada nuevo. Pero, oye, ésa no es manera de despedirse". Él, con este último disco, le dice a una divinidad innombrada: "Si eres tú quien da las cartas, yo abandono la partida; si eres el curandero, estoy roto y sin fuerzas". Entona incluso el hebreo 'Hineine', que vendría a ser un "aquí me tienes, señor. Estoy listo". Casi sin fuelle en la voz, en un recitado grave e hipnótico, le dicta una orden al corazón: "Ábrete paso más allá de las ruinas del altar y del centro comercial, más allá de las fábulas de la creación y la caída, ábrete paso más allá de los palacios que se alzan sobre la podredumbre, año tras año, mes tras mes, día tras día, pensamiento tras pensamiento". Esa sí es una manera de despedirse.