Editorial

Presidente Trump

Donald Trump saluda a sus seguidores en Nueva York.

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Los peores augurios se han cumplido y Donald Trump ya es el nuevo presidente electo de Estados Unidos. En contra de lo que indicaban las encuestas y el sentido común político, el magnate se ha alzado con la victoria electoral a lomos de un discurso populista con claros tintes racistas misóginos. Con su victoria se abre un periodo de inestabilidad y de incertidumbre que Trump debería esforzarse en zanjar lo antes posible. Guste o no a muchos estadounidenses y al resto del mundo, él será a partir de enero el nuevo presidente de Estados Unidos y, por tanto, debe empezar desde ya a actuar como tal. El resto del mundo, por su parte, debe empezar a hacerse a la idea.

Es la victoria de Trump el triunfo del populismo y de aquellos, sobre todo los blancos  de clase media baja, que se sienten expulsados por la globalización. En su exitosa campaña electoral se pueden encontrar puntos en común con el auge del populismo y de la extrema derecha en otras partes del mundo, sobre todo en Europa: rechazo a los emigrantes y malestar por el retroceso económico que implica el proceso de desindustralización. A ello se le añaden aspectos puramente estadounidenses, como la peligrosa e irracional deriva que emprendió el partido Republicano hace ocho años con la aparición del Tea Party y su oposición sin cuartel a Barack Obama.

Es llamativo el contraste entre lo ocurrido hace ocho años, con la oleada de ilusión que trajo la victoria de Obama en Estados Unidos y el resto del mundo, y estas elecciones, que han alcanzado cotas de bajeza política poco edificantes y que han culminado con la victoria del magnate amigo del Ku Klux Klan que ha propuesto que se prohíba la entrada de musulmanes en Estados Unidos. Un pendulazo de esta magnitud en tan poco tiempo merece ser estudiado con detenimiento y es sin duda motivo de honda preocupación.

El triunfo de Trump es también la derrota de Hillary Clinton. La exsenadora y exprimera dama aspiraba a hacer historia convirtiéndose en la primera mujer en llegar a ser presidenta de Estados Unidos. En las primarias se impuso a un candidato demasiado izquierdista –según  los estándares estadounidenses– para ser un candidato fiable en unas generales, y en el duelo final con Trump recibió el apoyo de los principales medios de comunicación e incluso de destacados dirigentes del establishment republicano, asustados por la catadura de su propio candidato. Su camino hacia la Casa Blanca parecía expedito, pero Clinton ha sido desde el principio una candidata muy deficiente, incapaz de generar ilusión, opaca, la quintaesencia de ese Washington al que millones de estadounidenses culpan de sus sueldos menguantes, de sus trabajos precarios, de  las industrias cerradas.   Además, la demócrata ha sido incapaz de marcar el ritmo de la campaña, dominada por la figura de Trump, inmune a los escándalos mientras que contra la exsecretaria de Estado actuaba incluso el director del FBI.

Pero todo esto es ya historia. La única realidad es que a Obama lo relevará en la Casa Blanca Trump, por muy difícil que resulte de creer. Le corresponde al presidente electo levantar algunos de los puentes que él mismo ha destruido. Le toca ahora cumplir las promesas que ha efectuado a las capas más desfavorecidas y expulsadas del sueño americano, y rehacer los lazos con comunidades, países y organizaciones a las que ha despreciado con su estilo de locuaz estrella de la telerealidad, desde las mujeres a los latinos, desde los musulmanes a los negros, desde la OTAN a México.

El Despacho Oval no es un estudio de televisión, y el cargo de presidente de Estados Unidos no se practica a golpe de tuit incendiario. Trump se encuentra con un país dividido y polarizado por su propia figura, y una comunidad internacional perpleja y muy preocupada. Su primera tarea es precisamente honrar el puesto por el cual ha sido elegido. A partir de aquí, habrá que estar atentos a cuáles son las políticas que pondrá en marcha el nuevo presidente. Será por ellas por lo que se le tendrá que juzgar.